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Mientras Quino deja sin alas a una mosca y Alcón le pide la luna a su padre, la ambulancia, sorda, no llega.

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Mientras Quino deja sin alas a una mosca y Alcón le pide la luna a su padre, la ambulancia, sorda, no llega.

     (Rápido, llamemos a la ambulancia, esta nena se ha descompensado).

     A continuación retomo algunas preguntas que no envejecen: ¿Hasta qué punto acatamos las celebraciones impuestas por la publicidad? Veamos, ¿cuántos de nosotros somos capaces de ignorar el día de la madre, el día del padre, el día del amigo?

19/08/2023 21:41
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     (La ambulancia se está demorando, la nena sigue inconsciente, está muy pálida).

   Aunque nos duela en el corazón del alma, a ver, ¿cuántos de nosotros somos capaces de no claudicar al regalito, al beso y al abrazo en esos días? Si es que la caridad empieza por casa, debo decir que la autocrítica también. Según parece, perro que ladra no muerde. Según parece. Debo confesar que en este punto soy un flojo. Ladro mucho, demasiado, pero qué voy a hacerle. Yo, por más que reconozca la intencionalidad comercial de los “día de”, voy a claudicar, voy a entregarme, seré manada nomás. Y ya estoy yendo a conseguir los regalos ocasionados por “el día de”.  Qué voy a hacerle, tengo cuatro nietos. Los nombro pensando en el calor y en la calor que les espera, que heredarán. El planeta se ha recalentado. Acabamos de tener el julio más caliente que se haya medido en la historia de la humanidad.

     Este domingo que viene –20 de agosto- se celebra, como se dice últimamente, el Día de la Infancias Desde hace más de cinco años le hago caso al lenguaje inclusivo. Hablo del Día del Niño. Y de la Niña. Y de les más diversas niñeces. En efecto, estamos atravesando el mes de las infancias. A propósito de inclusión: salvo la unánime muerte (como diría el Sumo Ciego) nada nos empareja tanto como los piojos. Los piojos igualan a todos los niños y niñas, a todos: a los de la poderosa Capital Federal y a los de las provincias más lejanas. A les niñes aburridos por la abundancia con les niñes famélicos, por la carencia de sus panes de cada día. Los piojos además emparejan a los niños y niñes que, abro comillas, “caen en la escuela pública” con los que hoy tienen el jodido “privilegio” de la enseñanza privatizada. Así es: los tan mentados piojos no hacen diferencias: anidan sin mirar a quien: a los niños ricos y a los pobres, a empachados y a famélicos. 

     Es notable observar cómo la inclusión –inexorable– del sabio lenguaje desde hace no más que tres o cuatro años ha conseguido (aunque nos produzca sarpullido y crispación), que los días que celebramos en estos momentos sean denominados de las infancias. Si me lo permiten voy a compartir algunas anécdotas que contienen una pizca de reflexión, o de poesía. Allá voy, allá vamos.

   Ahí tenemos la pregunta más peliaguda: ¿Qué es un niño? ¿Qué es una niña?) Quien pueda responder a esto en el acto deja de ser niño, o niña.  Es curioso: cuando alzamos los Derechos del Niño olvidamos que hay algo anterior: el derecho a ser niño/a. Detengámonos un minuto: por millones, en esta patria, y por miles de millones en la tan violada esfera terrestre, hay seres que carecen de cuajo de tales derechos. Son niños/as interrumpidos, vientre afuera, por abortos posteriores: niños/as secuestrados por el hambre y por la deliberada analfabetización; ellos están condenados a menos cantidad y a menos intensidad de cerebro. Duele decirlo, condenados están a ser, apenas, sueños cariados, residuos humanos. Reconozcámoslo: nos hemos acostumbrado al escándalo pornográfico de cientos, de miles, de millones de niños y niñas, que nacen condenados a la desesperación perpetua del hambre y a la sentencia inapelable de la analfabetización. Más allá del país que nos toca, el mundo entero funciona como un depósito de desconsolados “residuos”.

    (La ambulancia no aparece;  ya ha pasado mucho más de una hora desde que la llamaron…)

    Ante semejante realidad: ¿qué nos responde el desalmado (neo) liberalismo? Nada nos responde; mira para otro lado. No te hagas el zonzo: (neo)liberalismo –le digo– ¿estás ahí ? Si estás, decime: ¿cuánto cotiza hoy el repugnante dólar? ¿Y cuánto cotiza la vida de una criatura que va a la escuela para poder apenas comer? ¿Y cuánto cotiza la vida de una niña que ayer faltó a la escuela porque no puede pagar el transporte y no comió tampoco la noche anterior?

    Los niños y niñas que padecen hambre y consecuente retraso del crecimiento –según estadísticas de las Naciones Unidas– superan los 150 millones. Por supuesto que el hambre acompañado de analfabetización NO es un invento argentino. Pero tengamos cuidado, no caigamos, no aceptemos aquello de que “mal de muchos consuelo de tontos”. No nos consolemos. Sin ir tan lejos (año 1970, a la salida de la dictadura del devoto general Onganía), recuerdo haber visto niños como los de Biafra (puro hueso, pancitas infladas, ojos desorbitados) en el viejo hospital de niños de la capital tucumana. Con el tiempo, por abulia moral, adoptamos la creencia de que los niños muertos por desnutrición “sólo sucedían lejos”, en el país interior, en Tucumán, en Chaco, en Formosa o en el arduo sur. Pero la realidad dos por tres nos cachetea, nos escandaliza con la noticia tremenda que nos viene con un comunicado de los docentes de la escuela Nº 11, de las Villas 21-24. Denuncian la muerte de una niña de 11 años, ocasionada por el hambre crónico. La escuela queda en la zona sur de la Capital Federal, en la siempre opulenta y ahora llamada Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Los pedidos de asistencia –aseguran docentes de la escuela Nº 11– se venían reiterando desde hacía meses. El 15 de agosto del 2022, hace apenas un año, la niña se descompensó en la escuela. Se pidió ambulancia. Pero el SAME nunca llegó a los fangos de esa villa. Un detalle que evidencia la absurdidad: la escuelita de las Villas 21-24 queda en la ciudad más rica de la Argentina. Queda en la opulenta Buenos Aires, esa que el traspapelado Ezequiel Martínez Estrada denominó “La cabeza de Goliat”.   

    Lo podemos ver: estamos ante la desnucación del colmo de los colmos. ¿A quién se le ocurre ser pobre?

   Sin embargo aquí estamos, celebrando el mes de las Infancias. Este cronista se permite salir a la plena intemperie; salir con una red para atrapar tres o cuatro momentos de intensa niñez. Cosas de niños, de niñas, de niñes; en fin, travesuras. No todo ha de ser (neo)liberalismo desalmado, desolado. Vayamos por la niñeces de algunos personajes entrañables.

   Mosca viva.  Dos viejitos en una plaza se alientan: “En vez de pensar que estamos en el otoño de la vida, pensemos que estamos en la primavera de la muerte”. Al autor de tan optimista ocurrencia, en un reportaje de mediados del año 2001, le pedí: “Contame una maldad tuya, muy íntima”. Me confesó:

–Me remito a mi niñez. Me la pasaba jugando solo y observaba mucho a las hormigas: las negras grandotas, buenazas; las chiquitas coloradas, malísimas…

–Quino, te pregunté por una maldad.

–A eso iba… a veces yo atrapaba una mosca viva, le arrancaba las alas y la tiraba al centro del hormiguero de las coloradas… Me da escalofrío contarlo.

     Federico.  “Mamá, yo quiero ser de plata.” “Hijo, tendrás mucho frío.” “Mamá, yo quiero ser de agua.” “Hijo, tendrás mucho frío.” “Mamá, bórdame en tu almohada.” “Eso sí, ahora  mismo.”

     El que escribió esa gota de poesía fue criatura durante 38 años. Se llamaba Federico, y se llamaba García, y se llamaba Lorca… En la madrugada de un día mal parido lo habrán despertado con patadas y ¡arriba, degenerado, ¡¡a correr!!... Y allí va él, Federico, el desguarnecido… allí va descalzo, con el corazón estrangulado por el espanto… y corre y cae y se levanta y los gritos le ladran la nuca y enseguida lo buscan las balas y de su camisa blanca empiezan a brotar mapitas rojos… ¿Mapitas o claveles? En todo caso mapitas estampados y crecientes en su camisa que fue blanca.   

  

    Alí Ismael Abbas.   27 del 3 del 2003. Un eufemismo, es decir un efecto colateral; es decir, una bomba preventiva del hijo de Bush, cae sobre una aldea en Irak. La noticia late más acá de nuestras narices. El niño Alí dormía con su familia. A las dos de la madrugada, la explosión: “Brazos como trozos de leña,  cabezas aplastadas como macetas.” Murieron los padres y los hermanos de Alí. Y sus abuelos y sus tíos también; Alí perdió a su familia entera. Y perdió su brazo derecho. Y el izquierdo. Pero algo queda de Alí; y desde la foto nos mira, sonriente, muy sonriente.

((Tranquilo, tranquilo. Fue sin querer, cosas que pasan, efectos colaterales. Tienes 12 años, Alí, y, caramba ¡la vida por delante!)

  

   La pasión.  Enero del año 1981.  Él acaba de superar una extrema cirugía. Se salvó por muy poco. Le pregunto si la cirugía le cambió la mirada que tenía del mundo; él me dice:

–Estando tan cerca de la muerte he aprendido…

–Aprendido ¿qué?

–Aprendido que somos un fraude. Le tenemos miedo a la pasión. Nos dedicamos a pasarla bien, disfrazando el aburrimiento. Y el aburrido es hipócrita. Sólo los niños jamás se aburren.

–Antes de ser este Alfredo Alcón adulto, ¿qué momento selló tu niñez?

–El momento me traslada a una noche extremadamente cálida… La luna estaba ahí, tan al alcance de la mano… le pedí a mi padre que me la bajara. Él trajo una escalera, y una vez arriba del techo hizo ademanes tratando de alcanzarla. Después bajó, pero sin luna… Adiós a mi niñez, adiós.

 

    Posdata.  Mientras tejía estas niñeces, debo haber despertado a mi niño oculto. Y anduve con él, descalzo, pisando la eterna espalda del mundo…  Y di un abrazo sin aviso… Y tomé la sopa haciendo ruido… Y lloré en castellano… Y silbé en el lugar menos pensado… Y toqué un timbre del vecindario y salí rajando… Y no sólo eso: en vez de comer maníes comí manices. Porque los manices son mucho más ricos que los maníes. Esto hice y lo fui anotando en un cuadernito. En la última página del cuadernito encontré espacio para anotar la más obscena noticia de aquella lejana semana; la noticia que nos avisaba que una nena de 11 años, el lunes 15 de agosto del año 2022 después de Cristo, en plena Capital Federal, es decir, en La cabeza de Goliat, moría ¡por desnutrición!

    Punto y aparte.  El (neo)liberalismo no sabe lo que hace. ¿O sí sabe lo que hace y sabe lo que deshace? La nena muerta, en las noticias será nombrada con la inicial de su nombre, M. La ambulancia tan pedida  ni siquiera llegó tarde, la ambulancia nunca apareció. Aquella nena nunca podrá celebrar su semana de las infancias. ¿Que es un golpe bajo este final? Sí, es un golpe bajo el mío. Pero lo peor del caso es que es cierto. (Que tengan buen provecho. Disculpen. Me levanto de la mesa).

 

* zbraceli@gmail.com    ///   www.rodolfobraceli.com.ar

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