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Andar armado, a la corta o a la larga, es una forma de suicidarse

La señora terminó de almorzar, es decir, de llenar su cometido. En la puerta del restaurante la esperaban micrófonos, cámaras. Entre otras cosas declaró, con su habitual valentía: “El que quiere estar armado que ande armado” Y fundamentó, sin titubear: “La Argentina es un país libre”. Estados Unidos, el país líder en esto de consumar masacres estudiantiles, también presume de “país libre”.

28/05/2022 21:02
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

La “señora” tiene nombre y apodo y apellido: Patricia “Pato” Bullrich. ¿Qué decir sobre su sincericidio? Por empezar sus palabras entristecen y espeluznan. Las sombras de Bolsonaro y de Trump se asoman, inquietantes. Pero reconozcamos que hoy por hoy esas palabras cuentan con la furiosa adhesión de cientos de miles de habitadores. Palabras temerarias dictadas por la desesperada necesidad de sembrar votos.

    La noticia de esta semana nos avisó que hubo otra masacre, en otra escuela norteamericana. De un minuto para el otro murieron baleados 21 personas: 18 estudiantes y tres adultos. El autor fue abatido: tenía 18 años recién cumplidos. Se llamaba Salvador Ramos. A media mañana había ingresado al centro Educativo Robb, de la ciudad de Uvalde, a 140 kilómetros de San Antonio. El gobernador texano, Greg Abbort, naturalmente es republicano; es decir: enérgico defensor del uso de armas particulares. Malo para las matemáticas el gobernador dijo que las víctimas eran 14. Mentiroso y torpe. Al ratito el senador Roland Gutiérrez tuvo que desmentirlo, y pasó a 21 muertos.

    A la noche el presidente Joe Biden le habló al país, y confesó: “Tenía la esperanza cuando me convertí en presidente, de no tener que hacer esto de nuevo (…) Como nación tenemos que preguntarnos cuándo, por el amor de Dios, vamos a hacer frente al grupo de presión que apoya el uso de armas (hogareñas)”.

    A lo largo de  casi dos décadas el tema del desarme, por empezar en casa, ha sido frecuentado por esta columna. Recupero algunos momentos. Vayamos de nuevo al país imperio, Estados Unidos. Detengámonos en aquel niño que nació en el 2012. Ya tenía 4 años el día en el que iba en el asiento trasero del auto que manejaba su mamá. Vio un revólver debajo del asiento el niño, lo alzó y le dio un balazo por la espalda a ella. Pobrecita. Que mala leche, ¿no?

   Un cordial pedido: si la lectora o el lector tiene armas en su casa, agarre pronto un martillo, una masa, y déle y déle y no deje de darle, hasta desfigurarlas. No seamos pelotudes: las armas son un nefasto imán, convocan a la muerte.

    Cada dos años un Vietnam. Año 2001. Viajé a Mendoza para reportear el “Plan Canje de Armas”, más valorado en otras provincias y países que en Mendoza. Gabriel Conte lideró aquel proyecto: quien daba un arma de fuego para su destrucción recibía un vale para comprar alimentos. En las escuelas –¡qué maravilla!– se canjeaban juguetes bélicos por retoños de árboles. Pronto la noticia fue ninguneada.

   Pregunta que tiene dos décadas de edad: ¿Sabíamos que en Estados Unidos, por accidentes con armas “hogareñas”, cada dos años mueren tantos norteamericanos como en toda la guerra de Vietnam? Con el Plan Canje se aplastaban las armas con una prensa. ¿Y después? En la Facultad de Artes la luminosa Eliana Molinelli propuso que esas armas mutaran “en memoria y en esculturas”.

     9 de cada 10, adiós.  Todas las estadísticas informan que de cada 10 enfrentamientos entre propietarios de armas particulares y delincuentes, en 1 (uno) gana el ciudadano particular y en 9 el asaltante. Es decir que no conviene tener armas en casa, tampoco desde el punto de vista de la seguridad “práctica. Ni hablar desde el punto de vista moral, porque “andar armado” significa “hacer justicia por mano propia”; es decir, retroceder más de dos siglos.  

     La Constitución de los Estados Unidos tiene una enmienda votada en 1871 en la que defiende el derecho del pueblo a poseer y portar armas. Esto es muy celebrado por la Asociación Nacional del Rifle. Entonces, ¿por qué nos extrañamos que, dos por tres, muchachos entusiasmados, enamorados de la muerte, dejen la tendalada de humanos en ataques que derivan en sucesivas masacres. El presidente norteamericano ya no sabe qué decir. Contra la Constitución no hay caso.

    En nuestra patria idolatrada, hay que subrayarlo, no sólo la señora Bullrich promueve andar armado, también Javier Milei y José Luis Espert lo proclaman. Qué casualidad: los tres aspiran a la ser presidentes. Por ejemplo Espert difundió un video en el que se muestra practicando con un rifle en polígono de Quilmes. Esto mientras pregona: “Cárcel o balas”. Aunque suene pavote o demagógico al señor Espert le digo: “En vez de cárcel o balas preferible trabajo y pan en todas las mesas. Damas y caballeros: el pan es justicia. El pan calma el hambre y la furia. El pan pacifica. 

    Sigamos. Cuesta creerlo, pero es un dato de la realidad: la propuesta del “desarme” provoca, en muchos, crispación, hasta violencia: “¡Quedaremos inermes!”, claman con enojo. Alguna vez escribí que la inseguridad se combate con pan y no con pólvora. Titulé: “¿Alfabetización o tortura?” Un profesor de Villa Urquiza, en la Capital Federal,  me corrigió: “Alfabetización ¡y tortura!”

   Que el civilizado profesor y tantas gentes prolijas de mi extrañada Mendoza me disculpen: combatir la muerte con más muerte es caminar, es ¡correr hacia el abismo! A la Muerte ganémosle con la Vida. Mejor que el olor a pólvora en casa, el olor a pan. (Pero ojo al piojo: el pan de cada día, para todos. Y más ahora, en tiempos de guerra…)

    A las armas en casa no las carga el diablo, las cargan ciertos humanes que argumentan a propósito del aborto: “¡La Vida es sagrada!” Quienes claman por picana y pena capital justifican las armas en casa; como defensa, dicen.

   Sucedió aquí nomás. Por favor, aunque incomode, hagamos memoria: enero del 2009, Tupungato. Un chico apodado Chupetín, 14, discute con Franco, de 12. Este le ocasiona un corte en una mano. Chupetín busca escopeta “familiar”, recortada, calibre 16, y le quema el corazón a Franco. El 17 de marzo del 2015 Walter Roja, de 13, juguetea con el arma de su padre, gendarme; aprietas el gatillo y la bala le atraviesa la cabeza. Esto pasó en Uspallata. Tupungato y Uspallata quedan en Mendoza ¿no?

   ¿Recordamos la tragedia de la escuela de Patagones? ¿Recordamos aquel adolescentes que en la avenida Cabildo empezó a los tiros sin mirar a quién? ¿Recordamos aquel ex militar que, persiguiendo a dos motochorros, disparó y mató a un hombre casual, que pasaba por ahí?

    No nos soltemos de la memoria: un joven en una quinta de Buenos Aires escucha ruidos nocturnos. Toma su arma, gatilla, desploma al bulto. Después, linterna en mano, ve que el bulto “era” su madre.

     Mayo de 2014, madrugada. En una casa de Carlos Tejedor un joven nota movimientos en su jardín. Corre la cortina. Le dispara a una sombra. La sombra tenía 81 años. “Era” su madre.

    En el barrio La Esther, de Ituzaingo, el cabo de la bonaerense Gustavo Gaglardi, 27 años, nota movimientos en su patio. Busca su arma, dispara sobre una sombra acuclillada. La sombra “era” su hijo de 4 años.

    En Carrasco, esquina Potosí y Schoroeder, el señor Alonso sufre un robo con maltrato a su familia. Entonces decide comprar un arma. Pésima idea. Un mes después nota que alguien anda a oscuras en el living. Le apunta, gatilla. Enciende la luz y alcanza a ver la mirada final de su hija, Federica Alonso, de 24. 

   Enero del 2008: en Tucumán una nena de 10 años juega con el revólver de su padre, se le cae al piso, la bala da en su frente.

   Julio de 2005, Rosario: un chico de 5 años va a la casa de su tío. Su primo de 8 juega con un arma. Dispara. El balazo lo recibe el de 5, en la cabeza.
   Febrero de 1986: Alejandra, 17, con un arma que está de adorno en el comedor, simula disparar sobre su hermano. Pero el disparo sale y mata a Gabriel, de 14. Gabriel “era” el hijo del guitarrista Cacho Tirao; Alejandra es la hija.

   Ojo al piojo: la paranoia, tan sembrada estos años por los medios (des)comunicadores, se convirtió en ideología. Y en recurso electoral. De la derecha. No le copiemos a los brasileros bolsonaristas, ni a los yanquis trumpistas. Estos son la primera potencia mundial. Pero son, lejos, el país más paranoico del mundo. Todo el tiempo nos llegan noticias pavorosas: adolescentes que entran en universidades y en escuelas y matan a por docenas.

    El problema, como se dice ahora, no encuentra meseta, al contrario, aumenta, se multiplica. Con la bandera a media asta el FBI informa cifras pavorosas: Por ejemplo, que en el 2021 se padecieron 61 episodios que pueden ser calificados como “masacres”, ocasionaron 103 muertos y otro centenar de heridos.

    La pregunta se cae por madura: ¿cómo, cómo es posible que se perpetren esos horrores que atraviesan la vida cotidiana del supremo País Imperio? ¿Es como si un vasto sector de la sociedad se hubiera acostumbrado a estas matanzas masivas? La pregunta remite a episodios extendidamente naturalizados, como las bombas que se arrojaron en Hiroshima y en Nagasaki, dos ciudades inermes, tan inermes como los centros educativos de Búfalo y Texas. En el caso de los bombazos de Hiroshima y Nagasaki se naturalizaron con un simple eufemismo: “hemos soltados estas dos bombas para conseguir la paz más pronto”. Madremía, madretuya, madrenuestra, ¡encima se autoelogian!

    Posdata.  Suponiendo que Dios exista, ella, la bala, le roba atribuciones al Dios que decimos venerar. A ella, la bala, le pasa como a la piedra: es inocente. La piedra nunca tendrá la culpa de la pedrada. Ni la bala la culpa del balazo.

   En la casa, mejor el olor a pan que el olor a pólvora.

   Volvamos a aquel nene de 4 años que en el estado de Florida iba con su madre en coche. Ella manejaba. El nene encontró un arma debajo del asiento. ¡Qué bonita! La alzó y disparó en la espalda de su madre. Ella siguió, al llegar a un móvil policial se detuvo y dijo que “alguien” la había atacado. La policía rápido dictaminó que el arma era de ella y el dedito que apretó el gatillo, el de su hijo. Ella, tan mentirosa, no tiene nombre, pero sí tiene nombre: se llama Jamie Gils y sigue viviendo. Jamie es una famosa activista norteamericana defensora del uso de armas en los hogares.  

   Si sigue las amorosas enseñanzas de su madre –que de pedo está viva–, este niño pronto votará por el dulce neoliberalismo republicano. Y será partidario de la pena de muerte. Y por supuesto que adherirá a esa frase tan actual: “El que quiere estar armado que ande armado”. Otra vez: Madremía, madretuya, madrenuestra, algo tenemos que hacer con esta espeluznante libertad de nuestros crispados libertarios. Algo y pronto. Por favor, salgamos de esta digestión cívica. Y depongamos las armas. Andar armado, a la corta o a la larga, es una forma de suicidarse.   

* zbraceli@gmail.com   ===    www.rodolfobraceli.com.ar

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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