¿Una europa sin retorno?

El viaje del premier alemán a China molestó a los Estados Unidos: es que la potencia del Norte, a través de la OTAN, ha hecho de la guerra en Ucrania un formidable negocio a costa de los países europeos, con total complicidad de sus gobiernos. Como en la Segunda Guerra, el riesgo y el cuerpo los pone Europa, la potencia del Norte aporta la tecnología y la gloria.

Por Roberto Follari, Especial para Jornada

 

Que Rusia haya tenido 17 millones de muertos y haya finalmente derrotado a la invasión de Hitler, no es negocio para Hollywood, y no forma parte de la “historia oficial” que su cine nos ha enseñado (donde todo lo importante inicia con el desembarco en Normandía). Ahora es parecido: fuerte inflación, falta de energía para el invierno y peligro incluso nuclear para los aliados de la OTAN, con lejanía física de Estados Unidos, que hace enorme negocio. El gas que no reciben de Rusia los europeos, ahora lo compran a su aliado Estados Unidos, quien suma esa ganancia a la de venta de armas.

  No todo va bien para los de Norteamérica: Biden ha tenido que salir a decir que no han dado un “cheque en blanco” a Zelenski, pues la publicidad de los republicanos para las elecciones puso en el tapete el gasto que se implica en el apoyo irrestricto al presidente ucraniano, que no deja de pedir y pedir todo el tiempo -más y más ayuda y más dinero- a Occidente. La posición mendicante del presidente pro-occidental ha tenido frutos: la guerra está empantanada, la contraofensiva de los ucranianos ha permitido recuperar Jersón, y los rusos se han retirado hacia el otro lado del río Dnieper. Pero el conflicto va para largo, y el “estilo Trump” -no muy ratificado esta vez en las urnas- exige que el dinero de Estados Unidos sea sólo para sus propios habitantes. Así, ellos aplauden la venta del gas, pero repudian el apoyo armamentístico cuando no es a cambio de dinero. Y empiezan a mostrar impaciencia por los interminables subsidios a Zelenski, alguien que no es precisamente un paladín de la democracia, sino el resultado indirecto del golpe de estado que Occidente propició hacia 2014 en Ucrania. Y quien se apoya en no pocos grupos abiertamente pronazis, como el batallón Azov.

  Igual, Rusia no quiere reconocerlo, pero falló en su cálculo estratégico: la “operación especial” no acabó pronto como se suponía, con una cómoda victoria sobre los ucranianos. Encontraron una resistencia fuerte, el enorme apoyo de la OTAN a Zelenski, y una buena cantidad de mercenarios y de recursos humanos occidentales encubiertos (o no tanto). La guerra será larga, y la amenaza nuclear rusa pesa ominosamente sobre el mundo, más singularmente sobre Europa.

  Mientras, huelgas en Francia -adonde viajó el presidente argentino-, protestas en Alemania por las restricciones energéticas. Aún no empieza el invierno: las carencias de energía van a ser repudiadas por las poblaciones europeas. El triunfo de Meloni no parece haberles enseñado: mientras una insólita izquierda (la del Partido Democrático, lo que queda del viejo y otrora vigoroso Partido Comunista Italiano) apoya totalmente la guerra de la OTAN y el alineamiento automático con Estados Unidos, la extrema derecha agitó la bandera de la soberanía italiana y de “los italianos, primero”. Es evidente que fue la derecha la que interpretó el sentir mayoritario en su país.

  De tal modo, la deslegitimación de Bruselas, de la Comunidad Europea, del sector político en su conjunto y de la presencia en la guerra, continúan a pie firme. Europa pone dinero en la guerra a cambio de nada: sólo consigue inflación, desabastecimiento energético y amenazas de retaliación nuclear. Pasmosamente, nuevos países del Norte europeo quieren afiliarse a la OTAN, como si la experiencia estuviera siendo exitosa. Las derechas extremas, mientras, esperan su momento en todo el continente: con ir contra la guerra y agitar la autonomía nacional y la salud económica de sus países, tienen todo en su favor.  

  Y eso que todavía no empezó a castigar fuerte el frío. Estados Unidos no tiene amigos: sólo admite subordinados. Ponerse en ese rol, tiene sus peligros. Tomar como propia la guerra ajena, a Europa le está costando caro. Y desde el Norte americano, encima, se formulan ominosas advertencias contra cualquier rasgo de autonomía: que se cuide Alemania, que ni siquiera fue ha hablar con Rusia, sólo con China. Para Estados Unidos, eso es inadmisible: se está con ellos o contra ellos. Una postura que tiene sus problemas y bemoles, como bien ha visto Biden en su última y fracasada visita a los viejos amigos -pero ya no tanto- que gobiernan la monarquía de Arabia Saudita.-

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