Pandemia, vacunas y espera

Somos, por humanos, víctimas de la espera, como escribió Di Benedetto. La espera de la felicidad nunca alcanzada, del esplendor siempre imaginado, del deseo pocas veces cumplimentado. Víctimas del “futuro que jamás empieza”, como otro gran mendocino estampara. De la esperanza sin cumplimiento, también de los logros que luego de logrados muestran su vacío.

Por Roberto Follari, Especial para Jornada.


Pero con la pandemia, mucho más. Es el tiempo cíclico, el tiempo en espiral, que siempre retorna a sí mismo. Todos los días el día. Cada día como el otro, y la dificultad de no ver a la familia, a los amigos, a tanta gente querida. Ni tampoco a algunos lugares amados. Por supuesto puede acudirse a lo virtual, y en algo ayuda. Pero no hay piel virtual, comida virtual, sexo virtual –aunque algunos dicen haberlo inventado-, ni aire virtual.

  Algunos han creído, entonces, en este tiempo de la inanidad, que se puede salir y hacer como si nada pasara. Así aumentan los contagios, y hoy Jujuy está colapsado, con gente que cava personalmente la tumba de sus familiares. No se resuelve con salir: hay que hacerlo con tapabocas, con distanciamiento. Si no lo hacemos, será peor para nosotros, o para algunos de aquellos con quienes nos juntemos.

 Todo eso hace al círculo de la espera, interminable como el paso de los dedos por una cinta de Moebius. Es que tras los primeros meses se dibujó un tiempo de espera que creíamos finalizaría pronto, pero no era así. No fue imprevisión ni mala fe de nadie: la pandemia es invento nuevo, y ha habido que aprender en el camino. Todos imaginamos que iba a ser asunto de un par de meses. El desengaño fue lento y difuso: nos dimos cuenta de que estábamos en una especie de Máquina del tiempo detenida, ya mucho después de aquel inicial mes de marzo.

 Los llamados absurdos a la libertad –como si la de contagiarse fuera una libertad, y la de contagiar a otros una prerrogativa- no resuelven la cuestión. La espera es la condición necesaria que la situación nos exige, y el ruido anticuarentena suele no ser más que política disfrazada de decisión sanitaria. Política de la muerte, ciertamente. Esa que muchos practican para luego –como hizo vergonzosamente un personaje televisivo- festejar con el puño cerrado el número de muertos por venir.

 La espera está en nuestra condición: es la de Penélope, reivindicada por Serrat en memorable tema. Aquella mujer que iba a la estación de trenes siempre a esperar, repitiendo el gesto del relato antiguo de otra Penélope que tejía de día y destejía de noche, en la esperanza de nunca terminar el tejido, y así no dar por perdida a la persona amada.

 “Esperar contra toda esperanza”, un filósofo escribió en momentos de angustia. Quizá sea esa una espera con una pizca de luz, que busca un sentido, que desde el dolor se sabe en dedicación para alguien, para aquel o aquellos que queremos. Para abrigar esa clase de esperanza importa el anuncio de la producción argentino/mexicana de la vacuna de Oxford: no es seguro aún, pero pone un horizonte, una fecha, un posible final de la repetición del tedio.

  Y también el gran Samuel Beckett nos enseñaba a esperar a Godot. Al que nunca llega, en una metáfora de los sueños incumplidos, y la vida como deseo en el vacío. Una versión tan angustiante como la de Kafka, aquel conflictuado narrador de comienzos del siglo XX, con sus personajes perdidos en sitios que no conocían, en los que no sabían qué estaban haciendo, en los cuales se los culpabilizaba por hechos que ignoraban, en donde pasaban de una oficina anónima a otra donde todo era diferente e igual a la vez.

 En la espera estamos, y ninguna salida a gritar a la calle nos quitará de ella: no son parcialidades que se apropian de la bandera o del 17 de agosto, las que puedan sacarnos de la repetición metafísica del sinsentido, de la frustración de esperar sin saber del todo hasta cuándo. No es la cuarentena, es la pandemia la que nos atenaza, es ella la que pasará, pero no sabemos bien cuándo. Intertanto, navegamos en silencio desde un punto desconocido a otro, en un mar siempre repetido, espejo decidido de sí mismo.-


Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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