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“Dale negro, dale”, el tema que inmortaliza al Cóndor de América

Mendoza ha dado al mundo grandes figuras en el arte, la cultura, la política y el deporte. En ese marco, tres grandes figuras conformaron la trilogía de ídolos deportivos reconocidos mundialmente. El gran Nicolino Locche, el eximio Víctor Legrotaglie y el gigante Ernesto Contreras. A este último un reconocido grupo musical inmortaliza con un tema y un video clip. Acá acompañamos la historia del Negro Contreras, “El Cóndor de América”.

26/11/2022 22:17
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Por Luis Martínez, Redacción Jornada

Nacido en Medrano a pesar de lo popular del fútbol abrazo desde niño la bicicleta. Montado en ella transitó los caminos de la vida y del ciclismo y en ambos llegó al éxito.

Ernesto Contreras formó una familia y marcó una etapa del deporte mendocino como pocos.

No hace mucho nos dejó físicamente pero su trayectoria merece vivir en la memoria de todos y eso es lo que intenta el grupo musical Kuyén que con un tema y un video clip hace eso, inmortalizar la figura del eximio deportista.

En “Juntos de mañana”, el matinal de radio Jornada (FM 91.9) Antonio Romera, integrante de Kuyén, nos contó “Kuyén nació hace cinco años con la idea de versionar canciones famosas poco a poco se fue transformando y fuimos descubriendo otro camino porque los tres componemos y, con alguno de los componentes, buscamos hacer canciones referenciales, para que el nombre de esa gente perdure en el tiempo y no se pierda en el tiempo. Y en la trilogía de Víctor Legrotaglie, Nicolino Locche y Ernesto Contreras empezamos con este último porque recabando datos con mucha gente es que se transformó en una de las figuras más convocantes”, señaló.

“No se podían decir las palabras más justas de mi padre”, cuenta Romera que les dijo Omar Alejandro, hijo del negro y heredero en el sillín de la bicicleta tras escuchar el tema. “Dale negro, dale”, intenta pintar de cuerpo entero al longilíneo morocho de esqueleto marcado y grandes lentes negros que impresionaba como un verdadero gigante.

Cómo no lo íbamos a comparar como un gigante si era capaz de cruzar el macizo andino. Dos veces ganador del "Cruce de los Andes" en 1968 y 1973. Entre su extensa trayectoria, representó a la Argentina en tres Juegos Olímpicos y en varios Panamericanos y ganó 12 títulos nacionales.

Fue premiado con: la Cruz al Mérito y Olimpia de Plata, y fue distinguido por el Senado de la Nación a la "Trayectoria deportiva y ejemplo de vida" en el 2008. Además, como si fuera poco, el Velódromo provincial lleva su nombre.

La primera carrera fue en San Martín. Abril del 56. Fue sin saber qué era correr, cómo se debía proceder, qué cuidados había que tener.

“Fui a correr por primera vez y gané. Era una criatura. La gente que me veía pasar me prevenía: ¡Tené cuidado en las curvas! ¡No te acerqués al pelotón que te van a tirar! Yo corría y corría. Gané y en casa ni se enteraron. Mi papá leía el diario, pero al mediodía. A la mañana del lunes fue a comprar a un almacén del barrio y todos lo felicitaban. El preguntó por qué. – Por la carrera que ganó su hijo ayer – y le mostraron el diario, donde en un pequeño cuadradito había una foto mía cruzando la línea de llegada. Entonces se enteró y me retó: “Primero se enteran los de afuera y no los de la casa”, le contó entusiasmado como si lo estuviera viviendo a Jorge Sosa en una entrevista para Jornada.

A pesar de sus más de 200 triunfos en distintas especialidades ciclísticas, Mendoza y el país lo recordarán por siempre por sus intervenciones en el Cruce de los Andes. Le dije que me parecía, me sigue pareciendo, una tarea ciclópea desafiar esas alturas valiéndose solo de las piernas.

Hay mucho más para decir, pero para eso prefiero dejar el escrito del querido Jorge Sosa para cerrar esta nota. Es que pinta de cuerpo entero al enorme Negro y el cariño que la gente le dispensaba. Como alguien dijo una vez, tenía la capacidad de sacar miles de personas a las calles para solo verlo unos segundos en su fugaz y veloz paso por las rutas de Mendoza. El Negro con su clásica estampa y sus negros anteojos tan oscuros como su piel marcaron siempre el rumbo en el camino del ciclismo dejando una estela imborrable que ahora Kuyen inmortaliza con su tema.

 

 

El Cóndor de América

(Un relato de Jorge Sosa)

Te lo cuento a vos, pibe, que no tuviste la suerte de vivirlo. ¡Qué lástima, pibe! Hubieras visto algo único, especial, irrepetible. Te lo cuento. Yo estaba frente a la Dirección de Turismo de entonces. Había más gente que en el carrusel pibe, te lo aseguro. Decenas de miles de portátiles en las orejas escuchando las radios que anunciaban su llegada. “Pasamos el río Mendoza, vamos a la ciudad”, decía el relator y levantaba el murmullo en toda esa gente. Pero, a ver pibe, en toda la ruta, desde Cacheuta al centro había gente. Ni un solo espacio libre, gente y gente, y gritos de aliento, y brazos levantados, y muchas lágrimas pibe. Porque no solo estaba terminando el Cruce de los Andes, estaba llegando él, el elegido, el que la gente amaba con los pelos de punta. Todos miraban hacia el sur.

De pronto se advertía un movimiento, ¡Viene, viene! Pero no, falsa alarma todavía faltaba. Los padres levantaban a sus pibes a cococho, había algunos audaces subidos a los árboles, a los canas le importaba un carajo mantener el orden, los canas también querían verlo, qué joder. Otra vez movimiento, el murmullo crecía, los de las radios en los tímpanos nos gritaban: “¡Llega, está llegando!”. Entonces la locura, pibe, la más increíble invasión, un torrente de euforia. ¿Quién podía contener a esos que estaban ahí para verlo pasar, para verlo llegar, para verlo? ¿Quién? La gente se desbordó, ganó la calle con la autoridad que da la idolatría. El grito vino de qué sé yo cuántas cuadras, ponele diez pibe, pero al grito de ellos se sumó el nuestro y entonces fue un griterío infernal, perdón angelical, porque todos tocábamos el cielo con las manos. Pasaron unos autos que acompañaban a los corredores como pudieron, los autos hacían señas con las ruedas para que la gente se apartara, pero tuvieron que esquivarlos, pibe, la gente arriesgaba la vida para verlo, te lo juro. Fue como una serpiente, yo que estaba subido a un cantero pude ver las cabezas que al saltar formaban una serpiente ¿Viste la ola de los estadios de fútbol? Lo mismo pibe, lo mismo. Entonces supe que ahí venía él, y vino, con su cuerpo largo y moreno, con los pies repitiendo por millonésima vez la misma ceremonia, con los ojos más abiertos que nunca, tal vez con los oídos más abiertos que nunca, porque estaban cantando para él la canción más gloriosa que alguien puede escuchar: la sinfonía de un pueblo alegre. Lo vi pibe, te lo juro, lo vi, pasó delante de mí y yo me tragué mis lágrimas y las del vecino, con las mías solas no alcanzaba. Me abracé con él. Nos abrazamos. Nos abrazamos todos. Después, de vuelta a casa, miré hacia las montañas y me pareció que aplaudían. Su cóndor había llegado. Mendoza ya podía empezar a puntear su mejor tonada”.

Hagamos de cuenta como dice Jorge que estamos a la vera de la ruta una tarde cualquiera, atronan las radios portátiles en los oídos de los fanáticos esperando por la caravana que ya viene, están ahí cerquita. Los relatores se esfuerzan por contar a sus oyentes las alternativas de la etapa, es la última, vienen de la montaña, ya cruzaron la cordillera. Y el Negro viene primero, ahí está detrás de las luces de los patrulleros asoma su esbelta figura, inconfundible, el Cóndor de América con sus alas desplegadas busca el nido tras el enorme esfuerzo. Ya no importa si llega primero, con su historia y su trayectoria la vida ya le bajó la bandera a cuadros y se transformó para siempre en el ídolo inolvidable de los mendocinos.

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