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Para diario Jornada es siempre todavía

Recuerdo a Jorge Sosa, mi padre, anunciarlo: «Roberto Suarez va a sacar un diario gratuito». Tenía yo diez años, y sí, para el indebido curioso lo recuerdo vívidamente.

31/05/2023 10:14
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Por Alé Julián Sosa

Si de algo puedo ufanarme es de una memoria prodigiosa y veloz; ufanarme, sobre todo, porque no es acto de mi voluntad, me ha sido dada. Entonces, decía, allí se encontraba papá en el café de siempre, la mañana de siempre, con brío encantador y ojos como el cristal; con altivez y proceridad, anunciaba la empresa como suya propia cual Quijote contemporáneo.

En aquellos años de mi niñez era difícil para mí comprender con cabalidad de qué se trataba aquello, pero sí me resultaba inquietante lo de «gratuito», porque la gratuidad ya significaba para el jovenzuelo que era yo un raro imposible. ¿Gratis? ¡¿Y qué es «gratis» en esta vida?! Luego, más tarde recuerdo al otro Roberto, aquel todavía llevado por la historia, Arlt: «Todo cuesta en esta tierra. La vida no regala nada, absolutamente. Todo hay que comprarlo con libras de carne y sangre». Y es exacto, la vida se va en la vida.

Así ésta que es la vida veinteañera de un diario contracorriente, gratuito donde no cabe, culto donde no se ha pedido, incisivo las más de las veces, plural a pesar de todo. «A pesar de todo», como siempre dijo papá. ¡Que es este un bendito pesar si nos hace grave la existencia! ¡Porque hay que ponerse serios! (Y este proyecto editorial es una tarea de seriedad, de aquellos que aún creen que los hombres son capaces de modular el flujo del mundo y no esperan adocenados a que otros hagan por ellos el trabajo).

El periodismo ha perdido gruesas batallas, queridos vecinos. Pullas de la más variada índole han sido excelentemente lanzadas hacia su seno fundamental desde hace siglos. Escritores como Wilde o Thoreau, o filósofos como Kierkegaard, ya la emprendían contra la prensa con dolorosos aciertos. Pero ocurre más tarde que me llego a la redacción del diario y todos campan como si tal cosa… Nadie parece inmutarse, ¡sí!, a pesar de todo. A pesar de la falta de rigor general, de la pobreza académica de los colegas, de la monopolización del ambiente, de la inteligencia artificial y todas las taras que el cotidiano discurrir instala con afán desmoralizante. Pero yo llego, decía, a la redacción del diario y… nada pasa, o mejor: pasa todo. Sigue gestándose día a día con laboriosa pujanza otra edición que apuesta por los hombres.
 


 

«Creemos en la capacidad de nuestros colaboradores, vamos a seguir y vamos a hacer hincapié en el trabajo humano, hoy que todo se ha volcado a la tecnología y la automatización». Tal cosa me decía hace no mucho el buen Roberto, en su mesa de café, a la mañana, con el mismo brío y los mismos ojos de mi padre; como si fuera ayer, como si fuera siempre.

Sin embargo, apropiado es recordar que, hacia el ocaso de su vida, papá fue malherido por el ponzoñoso ambiente de la prensa; hubo de dejar un reconocido medio provincial porque no toleraron su decir sin ambages, su opinión desatada y generosa, su voz de varón libre. Quisieron amordazarlo y él no supo entregarse. A propósito, me dijo alguna vez: «No me callaron los militares, ¡¿me van a callar estos?!». De tal manera, fue a dar a la morada sin recinto que es el mundo de los sin trabajo. Pero fue entonces que regresó presuroso su compañero y benefactor a extenderle la mano. «Roberto me salvó», recordaba con terneza mi padre.

Un hombre entrenado en salvatajes este buen Suarez que acaso a mí también logró rescatarme en un momento de abismal incertidumbre. «¿No querés probar escribir una columna para el diario?». ¡¿Yo?! ¡¿Escribir?! ¡Siempre quise escribir! Y fue él quien me abrió definitivamente el portal antes vedado de la literatura que se lee (que uno escribe para que lo lean).

¿Cómo no estar agradecido y cómo no honrar este camino de décadas que sigue echando raíces en la tanta aridez de nuestra Mendoza? ¿Cómo no exaltar mi pasión frente a este diario avezado en resistencias? Contra todo pronóstico, mi padre decidor abandonado; contra todo pronóstico yo, incipiente escritor enfebrecido; contra todo pronóstico, una edición gratuita y en papel que, como siempre, acaba por revestir víveres de almacén —como ocurre frente a mí apartamento, precisamente con esto que escribo—; contra todo pronóstico, enarbolando sueños en la hora inapropiada; contra  todo pronóstico, en la era de la vacuidad y la tecnología precipitada. Contra todo pronóstico… pero a favor del tiempo.

Porque, como decía el bueno de Machado: «Hoy es siempre todavía». Y para diario Jornada es siempre todavía, a pesar de la historia, a pesar… de todo.

Ars longa, querido diario. ¡Ars longa!

 


Instagram: @alejuliansosaTwitter: @alejuliansosa

 

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