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Lo urgente y lo importante

Cuando la prisa nos hace perder el rumbo

01/03/2022 10:39
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Por Alé Julián Sosa, Especial para Jornada.

Bien temprano tuve hoy una nueva lección de parte de Johana; mirándome fijo y trazando formas con sus dedos en un lienzo invisible, me decía: «Hay un cuadro fundamental para la Administración: por un lado, lo urgente; por el otro, lo importante». Luego, profundizó un poco más aquella noción, dándome a entender con mayor solidez de qué manera sería esperable que se regularan las cosas en un país. Claro, también recordé al punto al querido Quino; aquello de Mafalda: “Como siempre: lo urgente no deja tiempo para lo importante”. ¡Y ocurren tantas cosas que precisan urgentemente nuestra atención!

Yo no llego a comprender muy bien por qué me ocurre que, incluso rodeado de acontecimientos urgentes, no puedo pronunciarme al respecto con soltura. En esta urgencia pasmosa todo me detiene. Trato de rebuscar en mi interior para dar con el motivo, pero permanece esquivo… me abandona: yo quedo en ningún centro y desolado.

¡Eso! Desolación, desasosiego, desazón… ¡Desazón! De tal manera imaginaba yo —con tales palabras, digo— este escrito. Ocurre, mis queridos, que así me siento, y… ya se los he dicho: no llego a comprenderlo muy bien. Aunque tal vez… ¡Sí! Yo lo sé y, ¡ay!, les pido perdón, perdón y paciencia. Sucede que, como hace algunos días le comentaba a mi editor, soy ‘borrascoso’, tormentoso, ¡vaya! ¿No se han percatado ustedes del tono siempre enfático, exclamatorio de mis palabras? ¿No ven acaso de qué manera siempre me encuentro como apremiado? Cada pocos días llamo a la detención, al aquietamiento, pero el mundo avanza. El mundo avanza y nos avanza.

 



¡Así es! Porque acontece que no es una la urgencia, ¡son tantas las urgencias! ¡Debemos apuntalar tantas cosas! ¡Andamos en una nave desvencijada, que por todos sus costados crepita y se agrieta! Vamos como en un torpe y entorpecido viaje, y todavía parece que más que enmendar los daños, hacemos aún más inhabitable nuestro medio. ¡Es asfixiante!

Ustedes también sienten la misma cosa, y, aunque no hayamos hablado, lo sé con certeza. Sí, lo sé pese a no conocernos, y aunque no haga falta; no hace falta porque nos correspondemos. Principalmente, somos correspondidos porque pisamos un suelo común y porque —valga decirlo— tampoco me siento muy diferente a ustedes. Si habláramos, por ejemplo, de las nuevas situaciones que atraviesa el país (que «nuevas» por coyunturales, pero no porque no se relacionen incuestionablemente con lo que venimos experimentando desde remotos tiempos), puede verse cómo todos sentimos la urgencia y también cómo nos encontramos desnortados sin saber a quién acudir. Pero es esto último lo que, con fuerza, llama mi atención.

¿Por qué no somos responsables? Mejor digo: ¿Por qué no somos consecuentes? He visto cómo, debido a lo que pasa en Corrientes, los más se sienten inclinados a buscar salvadores fuera de los entornos adecuados, ¡pero el problema se cifra primeramente en el hecho de buscar salvadores! Nuestras perspectivas sobre la política son de una reprochable puerilidad —eso, por decir poco—; vivimos a merced de un mesías y de un milagro. A este respecto pienso yo en los anarquistas de principios del siglo pasado, gentes, por otra parte, que no son de mi mayor estima, pero, más allá de mi simpatía o no, considero que algo de lo que solían acusar permanece tristemente vigente: esperamos la salvación por mano de agentes externos, y eso no nos hace otra cosa que sumisos e infantiles; iguales al niño que no puede más que conseguir lo que quiere a fuerza de llanto. Yo digo: estamos mayores.

 



Tenemos una tendencia paternalista. Si el Estado no nos proporciona lo que es justo y anhelado, lo buscamos fuera de él, como si no se tratara esto de una evasión lastimera. ¡El Estado debe hacerse cargo de lo que le corresponde! Pero debe hacerse cargo como Estado y no como padre, como así tampoco hemos de buscar en otros el genio guía y el consuelo. La política no es religión (y es a la primera a quien corresponde tomar cartas en estos asuntos). Así, siendo oportunamente bíblicos, parafraseando la Biblia podríamos decir: «Al Estado lo que es del Estado». Toda carga que a él corresponda, a él ha de volver (esto es lo que importa).

No debemos oponer individualidades al conjunto, incluso aunque esas individualidades sean descollantes. Que la desazón no nos haga rumbear equivocadamente. No perdamos el paso: no erijamos nuevos ídolos. ¡Que lo urgente no nos sustraiga de lo importante! 

 


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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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