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La inflación que asusta y ajusta

13/08/2022 12:42
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La noticia era esperada, pero no por ello, menos impactante. El último dato del Índice de Precios al Consumidor (IPC) que mide el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) registró en julio un incremento del 7,4%, más de 2 puntos por encima de junio. Un valor altísimo, similar al que en muchos países donde la inflación preocupa en serio se observa en todo un año, o más. Aquí, siempre tentados a ser campeones mundiales, la tenemos en un solo mes.

Pero para mensurar la gravedad del asunto, sólo mencionemos un par de datos. El primero, que en lo va de este 2022, la inflación ya acumuló un aumento del 46,2%. Ese 7,4% de julio se trata del porcentaje mensual más alto de los últimos 20 años. Es decir que hay remontarse a 2002, en plena erupción de la crisis más significativa de la historia de este país para ver valores inflacionarios semejantes a los de estos días.

Pero no es el único detalle negativo. El segundo dato es que la variación interanual, es decir si se toma de julio de 2021 a julio de 2022 trepa al 71% de inflación. Otra barbaridad para la que si se quiere encontrar comparación hay que remitirse no a 20, sino a 30 años atrás, específicamente al año 1992. Hoy, los argentinos tenemos más de 70% de incremento del valor de las cosas de un año a otro. Increíble.

Los especialistas asignan estos registros no sólo a la desidia y lo errático de la política económica en los últimos tiempos, sino también al descalabro producido tras la renuncia del ministro Martín Guzmán y el frustrado reemplazo por Silvina Batakis, que sólo produjo más inestabilidad cambiaria y nuevos incrementos de precios por la escasa reacción del gobierno de Alberto Fernández a las corridas del dólar que desembocaron en la asunción de Sergio Massa.

Así, cada día más empobrecidos, cruzamos los dedos para lo que vendrá en esta odisea de vivir detrás de los precios. Con el hartazgo que genera toda crisis recurrente, pero también con el cansancio y el temor de vivir cada vez más asustados y ajustados

Sin embargo, la situación parece lejos de estar ahora controlada, pues se esperan cifras similares de inflación para agosto, lo que contradice el discurso oficial de supuesta estabilidad, crecimiento y control de variables que se quiere transmitir. Y que en todo caso, estos remezones de precios no son más que las consecuencias de un contexto internacional adverso fruto de la pandemia, y más recientemente, de la invasión rusa a Ucrania. De ninguna manera: aquí también hay mala praxis.

Porque está claro que ese relato del perjuicio global también es ficticio. Y de hecho, esta semana quedó comprobado cuando Brasil anunció deflación, un crecimiento negativo de los precios del orden del 0,68% para el mes pasado. Es decir que allí las cosas bajaron. La fantasía nacional más recurrente y nunca consumada: conseguir en algún momento algo más barato que la última vez que lo compramos.

Pero Brasil no es el único caso de asombro. El resto de los países latinoamericanos (a excepción de Venezuela, claro) tuvieron una inflación en julio que va del 0,16% (Ecuador) al 1,4% (Chile); pasando por el 0,34% (Bolivia); el 0,70% (Paraguay); el 0,77% (Uruguay y Colombia) y el 1% (Perú). Lo triste, además, es corroborar que finalmente este mes logramos tener más inflación que Venezuela (5,3%), otro hito kirchnerista.

Más allá de las estadísticas y los números, tales índices suponen un vertiginoso aumento de la pobreza y la indigencia en Argentina. Como si acaso nos hiciera falta ese vergonzante crecimiento que desde hace años viene poniendo en jaque a una democracia que no encuentra respuestas al hambre y la marginalidad que traen aparejados.

Sin luz al final del túnel, ni mucho menos presunciones ciertas sobre la vía correcta para descomprimir y aliviar los bolsillos, la inflación no sólo genera pobres sino también aplasta expectativas, genera malhumor, nuevas carreras de precios para no perder en el camino, y con ello, más de lo mismo. El perfecto círculo vicioso de una economía maltrecha, sin incentivos, ni mucho menos paliativos. De terror.

Así, cada día más empobrecidos, cruzamos los dedos para lo que vendrá en esta odisea de vivir detrás de los precios. Con el hartazgo que genera toda crisis recurrente, pero también con el cansancio y el temor de vivir cada vez más asustados y ajustados.

 

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