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Hace 50 años, Brasil nos maravillaba en México con su tricampeonato mundial

14/06/2020 00:02
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“La Copa del mundo es nuestra”, cantaba con orgullo y su voz de poeta, deslumbrando en su paso por “La Fusa” de Mar del Plata, y con coros inolvidables de los entonces jóvenes María Creuza y Toquinho, el ex diplomático y uno de los artífices de la Bossa Nova brasileña, Vinicius de Moraes.

Y no había nada para reprocharle sino que, al contrario, sólo cabían ovaciones por parte del público en una época sin necesidad de rivalidades infladas y con una selección argentina que ni siquiera se había podido clasificar al Mundial de México, eliminada por acaso la mejor Perú de todos los tiempos en la Bombonera, en 1969, con los goles de Oswaldo “Cachito” Ramírez.

La selección brasileña acababa de conseguir el tricampeonato mundial con un equipo fabuloso liderado por el genio de Edson Arantes do Nascimento, más conocido como “Pelé”, que así cerraría su brillantísimo ciclo en el máximo torneo vistiendo la “verdeamarelha”, y llevándose el trofeo de manera definitiva para su país, la Copa Jules Rimet, que desgraciadamente desaparecería cuando se la robaron de las vitrinas y la fundieron para venderla como oro puro. Pero ese es otro tema.

Lo cierto es que esta selección brasileña campeona del mundo por tercera vez (luego, el “scratch” la ganaría dos veces más, en 1994 y 2002), había completado el ciclo perfecto, venciendo en todos los partidos que jugó desde la clasificación hasta la final de México, en la que llegó, por momentos, a ridiculizar a la Italia del “Catenaccio” (cerrojo), que nada pudo hacer ante la magia de los brillantes cracks que tenía enfrente.

Gol de Pelé en la final vs Italia

Sin embargo, pocos se acuerdan de todos los resultados, y hasta de algunos rivales que tuvo Brasil en su camino al título, porque no es necesario. La exhibición futbolística fue tan majestuosa, que los números son un mero detalle, y al cabo, todo sirvió para derribar definitivamente el muro entre la eficacia y la estética: se puede golear, encantar y ganar al mismo tiempo, y al diablo con la especulación.

Tampoco fue necesario recordar, en medio de los desbordes de felicidad del pueblo brasileño, la dictadura que estaba padeciendo. Un joven talentoso cantante como Francisco Buarque de Hollanda, al que le decían “Chico”, y fanático del fútbol, osaba cantarle años después al general Ernesto Geisel, también mandatario de facto, “Voce nẵo gosta de mim, mais sua filha gosta” (yo no le gusto, pero a su hija sí, en referencia a Amalia Lucy, la hija del militar), o una esperanzada “Vai passar” (Esto va a pasar), o “Cálice”, haciendo juego con el cáliz y pronunciándolo de tal modo que parecía escucharse el “cállese” (“Aparta de mí ese Caliz”).

Esa misma dictadura generó que a pocos meses del Mundial de México fuera apartado del cargo de director técnico el gran Joao Saldanha, quien se negaba a convocar a los jugadores favoritos del presidente Emilio Garrastazú Médici, especialmente a Darío, del Atlético Mineiro, y que si llegó al máximo cargo en el equipo nacional fue porque lo designó el entonces presidente de la Confederación Brasileña de Deportes (CBD), Joao Havelange, para tratar calmar a la prensa.

Cuando le comentaron a Saldanha que al presidente le complacería que Darío fuera convocado a la selección brasileña, el DT respondió “bueno, yo también tengo algunas sugerencias para dar al Presidente en materia política”. El DT del Flamengo, Dorival Yustrich, criticaba abiertamente a Saldanha, quien decidió enfrentarlo blandiendo un revólver.

Finalmente, Mario Lobo Zagallo terminó dirigiendo al equipo, pero daba casi lo mismo, al punto de que casi no importaba que en el arco estuviera Félix, o que el primer marcador fuera Brito, o el lateral izquierdo, Everaldo. Era tan espectacular del medio hacia adelante, fueron tantas las jugadas mágicas durante ese bendito mes del Mundial de México, que los mecanismos defensivos quedan casi de lado.

Zagallo decidió sacar a la cancha a los cinco números diez con que contaba el equipo, pero tratando de ubicarlos de tal modo que todos rindieran, por lo que Gerson, del San Pablo (que terminó siendo reconocido como segundo mejor jugador del torneo por sus pases milimétricos), se ubicó más atrás, Pelé, del Santos (¿qué otra opción había?) quedó como el diez clásico, Jairzinho (Botafogo) se tiró más hacia la derecha, el joven Rivelino (Corinthians), hacia la izquierda, y mandó al “sacrificio” a Tostao (Cruzeiro) para que fabricara espacios por el centro.

Genial pase de Gerson y golazo de Jairzinhoi vs Checoslovaquia.

¿Que no podían jugar juntos cinco números diez? Brasil demostró que podían, ¡y vaya si podían! Pero la fiesta no terminaba allí, porque en el centro del campo, Clodoaldo y su cintura mágica originaban las jugadas con una notable precisión en la distribución, limpiándose rivales si hacía falta, y por la derecha, Carlos Alberto llegaba al ataque con toda su potencia, como en el maravilloso último gol del torneo en el 4-1 ante Italia, cuando Pelé, “sin mirar”, le coloca la pelota justa para que el lateral sacudiera el arco italiano.

Brasil no tuvo nada fácil su recorrido mundialista porque no le tocó para nada un grupo sencillo: Rumania, Chevoslovaquia y la entonces campeona del mundo, Inglaterra, en la primera fase. Con los checoslovacos llegó a estar en desventaja al comienzo, para terminar arriba 4-1, a Inglaterra le ganó 1-0 aunque el mayor recuerdo es la impresionante atajada en la línea de Gordon Banks a un cabezazo a quemarropa de Pelé, y a Rumania la 3-2, luego de que los europeos del este descontaran dos veces.

Notable atajada de Banks a Pelé en Brasil vs Inglaterra:

Ya en cuartos de final, esperaba el gran equipo peruano que había dejado afuera a los argentinos en la clasificación sudamericana, y con el que los brasileños tenían una pica especial. Salió un notable partido, que terminó 4-2 y ya en semifinales parecía que regresaba la sombra de aquella Copa perdida en 1950, cuando Luis Cubillas puso el 1-0 para Uruguay, pero este maravilloso equipo estaba preparado para todo y pudo revertir el marcador con una exhibición de fútbol aunque faltó que se coronara en la red la extraordinaria jugada en la que Pelé quedó solo ante el arquero Ladislao Mazurkiewicz, tocó la pelota por un costado, la fue a buscar por el otro, engañándolo completamente, y cuando definió cruzado, la pelota besó el palo, ante el desesperado cierre de Roberto Matosas. Debió ser gol, pero no fue. Dos años más tarde, Norberto Alonso pudo concretarlo ante Miguel Ángel Santoro en un recordado River-Independiente.

Maravilla de Pelé ante Mazurkiewicz en Brasil vs Uruguay.

Ese Mundial dejó muchos momentos de goce, de fútbol para la eternidad, que invitamos fervientemente a comprobarlo por youtube, como aquel remate repentino de Pelé desde la mitad de la cancha que rozó el poste, el soberbio cabezazo de “O Rei” en la final, con un salto de una notable plasticidad, el pase milimétrico de Gerson para el gol de Jairzinho, que pasó la pelota por encima del arquero checoslovaco, el festival de amagues y gambetas de Jairiznho en otro de los goles a Checoslovaquia, la forma sublime en la que Tostao limpia rivales ingleses para centrar al revés en el gol a Inglaterra tras otro maravilloso pase de Pelé, el centro corto de taco de Tostao para el gol de Pelé ante Rumania, entre tantos momentos de fútbol glorioso.

Gol de Carlos Alberto en la final vs Italia:

Por todo esto y mucho más, este cronista, siendo niño, no olvidará nunca aquellos momentos de disfrute frente a la TV blanco y negro, y con esa magia brasileña que le daba el color que no se recibía por la pantalla. Cuando nadie pudo parar esa creatividad que no se medía en kilómetros recorridos por partido ni en mapas de calor, sino en la sencillez del pase perfecto, de la gambeta como recurso, del “Jogo Bonito” como bandera.

Por todo esto, por belleza y eficacia, acaso pueda afirmarse sin temor al debate, que aquel equipo de Brasil que se llevó definitivamente la Copa del Mundo a su casa, pudo ser el mejor de la historia del fútbol, y acaso, logre transmitir aquel romanticismo con el que cantaba Vinicius de Moraes, esta idea de felicidad a generaciones que vengan, con cualquier camiseta.

Los hinchas del fútbol, agradecidos.

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