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Ernesto Contreras: Un ídolo eterno

25/10/2020 09:32

 Por Roberto Suárez

Fueron y son emblemas de la provincia. Este es el caso de Ernesto Antonio Contreras, el más grande ciclista que dio nuestra provincia y uno de los tres grandes ídolos de esta tierra de campeones junto a Nicolino Locche y Víctor Legrotaglie. El Negro Contreras, el consagrado como “Cóndor de América”, es un verdadero símbolo de nuestra provincia, no solo porque logró trascender como un deportista brillante, sino porque lo ha hecho también desde lo personal, con una madera humana enorme, marcando un derrotero por su conducta simple, honesta, franca, leal, con una vida llena de amigos y admiradores, pese a que pasaron muchos años de aquellos pedaleos célebres.

Ernesto vino a ocupar en el deporte mendocino el glorioso lugar dejado por lo hermanos Saavedra, que eran diez, nacidos en Godoy Cruz, y de los cuales, Cosme, Carmelo, Victorio y Remigio, se dedicaron al ciclismo de ruta y pista en distintos escenarios en los años 1920 y 1930. Los que más trascendieron porque se radicaron en Buenos Aires y representaron al país en diversas competencias internacionales fueron Cosme, que era el mayor de los que corrían y primer ciclista olímpico, y Remigio, diez años menor, que llegó a unir en bicicleta Buenos Aires con Mendoza a los 70 años, el 5 de diciembre de 1981 (ya lo había logrado antes en 1943).

La historia dice que Ernesto Antonio Contreras nació en Medrano, departamento de Junín, un 19 de junio de 1937. Su padre, Crispín Contreras, era chacarero y su madre fue doña Modesta Vázquez, quien además de Ernesto tuvo otros 7 hijos.

Desde muy niño, como todo infante de esas zona agrarias, Ernesto ayudaba a su padre en aquella chacra, y recorría todos los días en bicicleta los 8 kilómetros que separaban su casa del pueblo.

Empezó su carrera deportiva con una bicicleta prestada. Su debut fue con un triunfo el 22 de abril de 1956 en el departamento de San Martín, para luego clasificarse tercero en el Premio Cerro de La Gloria. El domingo 13 de junio se proclama campeón mendocino al superar a Arturo Tejedor, uno de los más grandes ciclistas de esos años. A los pocos meses, el 14 de octubre, resulta campeón argentino de persecución en pista con récord argentino en la ciudad bonaerense de Trenque Lauquen.

Aquel primer título de 1956 se suma a los 12 que logró en su brillante trayectoria deportiva: los 8 títulos seguidos de persecución individual sobre 4.000 metros entre 1956 y 1963; los 3 títulos de resistencia, distancia de 120 km contra reloj: 1959 en Santa Rosa, La Pampa; 1970 nuevamente en Santa Rosa, La Pampa y en 1971 en San Rafael, Mendoza. Hay que sumar un título en kilómetro con partida detenida, recorrido de 1.000 metros en 1961.

Viene luego la estadística que nos recuerda su incursión internacional, primero en mundiales: en 1959 en Ámsterdam, Holanda, terminó octavo. En 1961 en Zurich, Suiza, fue cuarto, la mejor posición en tierras europeas. En 1963 en la ciudad de Milán, Italia, en el velódromo Vigorelli, durante el campeonato mundial de persecución individual, Contreras con un tiempo de 4 min 55s en los 4.000m, su mejor marca en todo su historial deportivo, obtiene el séptimo lugar. Su cuarto mundial fue en Montevideo, Uruguay, en 1969, junto a Carlos Álvarez, Juan Alves y Juan Merlos, obtuvieron un honroso segundo puesto, detrás del cuarteto italiano.

Y segundo queda el recuerdo de la experiencia olímpica: Roma, 1960, 5º en persecución por equipos, eliminado por Italia en cuartos de final, con Alberto Trillo, Héctor Acosta y Juan Brotto. En Tokio, 1964, 8º en persecución por equipos, derrotas frente a Italia y Australia, con Alberto Trillo, Juan Alberto Merlos y Carlos Miguel Álvarez y en México, 1968, noveno en persecución por equipos, eliminado por Italia en octavos de final, con Juan Alberto Merlos, Carlos Miguel Álvarez y Juan Alves. Después Contreras junto a Merlos, Álvarez y Roberto Breppe tomaron parte en la prueba de los 100 km contrarreloj en ruta, donde terminaron séptimos.

Los títulos y laureles conseguidos por el “Negro” marcan porque fue un grande de verdad en el deporte nacional: ocho veces campeón argentino consecutivo de pista en la modalidad de persecución individual 1956–1963. Primer campeonato argentino de kilómetro con partida detenida en pista 1961. Tres veces campeón argentino de Ruta: 1959 – 1970 – 1971. Campeón Americano de pista en la modalidad de persecución individual en Brasil 1958. Subcampeón Americano de pista en la modalidad de persecución individual en Montevideo 1957. Campeón Río Platense en la modalidad de persecución individual 1957 – 1959 – 1961 y vencedor dos veces del Cruce de los Andes, 1968 – 1973.

Este dato último es imborrable en nuestra historia: en el primer Cruce en 1967 fue 2º; ganó en 1968 la 2ª edición; fue 3º en 1971 y 2º en el 4º Cruce; ganó la 5ª edición en 1973, y fue 7º en el 6º Cruce. No corrió el último y se retiró de la práctica del ciclismo a los 41 años. La preparación física fue fundamental en su carrera, la hacía sin descuidar ningún detalle, llevaba una vida ordenada y metódica, porque entendía que la preparación era fundamental, ya que las competencias se caracterizaban por su dureza, y el estado físico adquiría una importancia decisiva al final de la prueba. Un hombre de temple, con una tenacidad para imitar, un luchador que nunca se entregaba, con un estilo particular, siempre peleaba por la punta. Por eso en la historia del deporte argentino, su nombre está escrito con letras de oro y con el fervor de los que tuvieron el enorme privilegio de verlo desplegar sus alas con toda su magia por las rutas y velódromos del país. 

Pero hay que detenerse para hacer un repaso a su actuación en los inolvidables Cruces de los Andes. Esa competencia marca un hito imborrable en la vida de los mendocinos. La llegada de los Cruces que corrió, en sus últimas etapas a Mendoza, volcaba al pueblo masivamente a la vera de la ruta para alentar y vivar, arrojarle agua y flores, al enorme ciclista que lograba una vez más esa increíble comunión del pueblo con sus ídolos. Con mucha fuerza, a veces muy fatigado, con los músculos fibrosos al extremo, la larga estampa del “Negro” recibía la fuerza de todo un pueblo para poder llegar a la meta y convertirse en el “Cóndor de América”, como acertadamente lo bautizó ese gran maestro del periodismo que fue Marcelo Houlné.

Tuve la suerte de cubrir como periodista la campaña de Ernesto, entrevistarlo en varias ocasiones, y fundamentalmente de conocerlo profundamente como para afirmar hoy que le bastó la breve dimensión de ser una buena persona y pedalear como un gigante para penetrar en los infinitos recovecos del alma humana.

Hoy sigue en su negocio, por supuesto una bicicletería, en Godoy Cruz, siempre con su esposa Marta, con quien comparte el amor de tres hijos y seis nietos. Abraza su vocación de pastor evangélico, pero recibiendo siempre el cariño y afecto de todos los mendocinos, porque nunca perdió el título de ídolo.

Nietzsche, Schopenhauer, Freud, Jung, han abordado bastante el misterio de la idolatría. Pero, como diría Diógenes, no hay nada certeramente escrito sobre ese fenómeno emocional. De algo estoy claro: los ídolos no se inventan ni se fabrican. Saltan a la fama, impresionan, se adueñan de la gloria, se meten en nuestros corazones y se agigantan, sin proponérselo, incluso, sin pretender ser ejemplos ni preocuparse por no serlo, como Ernesto.

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