Por Rodolfo Braceli

Hugo Gatti quería ser eterno un rato más

Había desaparecido del mapa en 1971. Llegué hasta su timbre, no estaba, le dejé cartita, a los dos días contestó, cuatro días después conocí en él a un mudo singular.

Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires

Pasó un año, lo invité a competir con Amadeo Carrizo, tirándose penales. Apareció un Gatti locuaz e impertinente. El tercer encuentro fue cuando ya tenía 45: echado de Boca, el "loco" quería ser eterno un rato más.

Ahora retomo aquellos encuentros para una contratapa de Página 12 y esta versión, la más completa, para Jornada Online. Escuchemos a aquel Hugo Gatti.

-¿Cuál es su situación, Gatti?

-Espero que se abra el libro de pases. Un opio las canchas. Quiero llegar a los 50.

-¿Podrá aguantar la alta competición?

-Mi talento es mi patrón. Me hago la película. Si salí de Boca fue por una mediocridad así de chiquita. Infelices, sí, tengo 45 años, pero también tengo 20.

-En un rincón del corazón.

-En un rincón del corazón y en el arco.­ ¡Qué mierda me importa la cédula! Soy loco en la cancha, pero no boludo. Soy el deportista más querido del país.

-Pero Gatti no es eterno.

-Por ahora soy eterno. ¿Es culpa mía si los mediocres envejecen a los 30? Me rompieron el final de la película. A mí Dios me trajo para tener otro final. Soy el mejor. ¿Quién si no? Carrizo con mi carácter sería el mejor del planeta. Pero en 1989 Gatti es el mejor. No se ría.

Hugo Gatti quería ser eterno un rato más

-¿El de arquero es el puesto de los tontos?

-Fíjese, el arquero juega 89 minutos bien y en un segundo ­¡todo a la mierda! Es la puta del equipo. El que hace el amor es el jugador de campo.

-¿Y qué pasará si no lo contratan?

-Si siguen mirando mi cédula tendré que abandonar. Boca fue novia, amante, todo. Tengo que conseguir otra novia, ni genio necesita el gran teatro.

-Hace veinte años usted me dijo que moriría hacia los 42. Tres años se pasó.

-Estaba seguro de que no pasaría los 42. Pero estoy vivo... me aterra la vejez. Eso de que me ayuden para ir al baño ¡­no! Tenía la imagen envejecida de mi papá. Pero algo me hace vivir: Nacha, mis hijos. Resulta que soy feliz.

Hugo Gatti quería ser eterno un rato más

-Tiene ganas de contarme de su papá.

-Yo andaba por Israel cuando él murió... Hombre de campo, me educó con la mirada. Hablaba cuando tomaba unos vasos de vino. Se mandaba un discurso mirando el retrato de Irigoyen, después a dormir.

-¿Gatti es como parece? ¿usted es o se hace?

-Usted lo sabe: soy muy muy tímido. En la cancha cambio: allí saco el fuego que Dios me dio y que los mediocres quieren apagar.

-Dios ¿se habrá olvidado de usted?

-Dios me dio tanto y ahora me dice: "Se me fue la mano, te quitaré el premio de un gran final". Me tiene a prueba... a veces me deprimo.

Hugo Gatti quería ser eterno un rato más

-Dígame, Gatti:¿qué hará con sus días?

-Tengo que levantar este muerto. Nuestro futbol es velorio. El futbol reclama menos látigo y un buen vaso de vino. ¿O no?

-Pronunció la palabra sagrada: vino.

-¡Y cómo no! Toda mi vida tomé un par de vasitos de vino antes de cada partido. Sin vino soy como todos.

-Locche le daría la razón. Y Moreno. Y Pelé. Y la doctora Aslan también.

-Pelé. Ese sabía cómo soltarse. En los intervalos dormía unos minutos.

-A ver: la virtud y el defecto de Gatti.

-La virtud, ser agradecido. El defecto, ser demasiado individualista.

-Una vez me dijo: Dios debió crearnos sin cerebro y sin lengua¨.

-Creo en Dios, pero sin misa, sin velorios. Rezar al lado del cajón no va... Yo soy celoso, pero no envidioso. Prefiero tener cáncer que tener envidia.

-La muerte temprana, ¿lo sigue obsesionando?

-Lo que no me deja dormir es la vejez. Con diez años más de vida está bien.

-Veremos qué dice dentro de diez años.

-Tengo miedo de que mis hijos no encuentren aquí el mejor país de mundo. Si no fuera por nosotros, claro... Otro miedo es ponerme obeso. Pelado vaya y pase, pero gordo... Me pegaría un tiro. En serio.

-Usted, técnico, ¿pondría de arquero a un Gatti de 45 años?

-Seguro que sí: Gatti no juega con su cédula, juega con su fuego... Por favor, créame. Mi padre, con la mirada, me enseñó a no mentir.

-Cambió el mundo, y usted, Gatti, ¿cambió?

-No cambié. Me gusta el silencio, los yuyos, un buen vino o un comunardo.

-¿Tiene a su mamá viva?

-Sí. Ya anda por los 80. Fuerte la vieja... pero no sé si se acuerda de mí. Usted sabe, la artereosclerosis. Por eso: diez años más y adiós. Sabe, cada noche me sueño siendo arquero. Maravilloso.

-¿Recuerda algún gol imposible que le hayan hecho?

-Mire, todos los goles son imposibles. Jugando para Boca, en Salta, me metieron dos goles de tiro libre. Los dos entre medio de las piernas. La pelota estaba loca... allí hacían motocross. La siento escurrirse entre mis rodillas...

-¿Cual fue el gran partido de su vida?

-Con la selección Argentina jugando en Rusia, en Kiev. Ganamos. Nevaba. Las hice todas. Para entonarme tomé whisky. Menotti lo sabía. Yo tenía la botellita detrás del poste. A cada tanto ­chuik! ­chuik! Créame.

-¿Usted es de los hombres que lloran?

-No me gustaría responder esta pregunta... Bah, pocas veces en mi vida he llorado para afuera. ¿Por qué me pregunta esto?

-No se avergüence: hasta Martín Fierro dos lagrimones le rodaron por la cara: Gatti, ¿está convencido de que volverá en un club grande?

-Busco otro final para mi película. Tiene que ser en el Colón. El país me reclama. Yo soy la alegría. No importa que tenga 46.

-45 años, querrá decir.

-No, anote, tengo 46. Hay que sumar los meses que estuve en la pansa de mi vieja. Se juega con esto y con esto y con esto (Gatti se señala la cabeza, el corazón y adonde más le duele a los hombres). Yo estoy aquí para devolverle la alegría a las canchas. ¿Por qué me mira así?

-Por nada. Por nada.

-Piensa que deliro, que soy un boludo fanfarrón. Pero soy muy humilde. Mucho callan lo que sienten. Eso no es humildad. Soy puro, cristalino. Si no lo fuera, el público ya me hubiera dado una patada aquí. ¿Ve? Aquí. En el culo.

-Gatti, retirarse a los 45 no es deshonra. ¿Por qué sigue?

-Porque yo no soy quién para contradecir lo que Dios manda.

20 penales, a cancha cerrada

Un día de 1972 una revista especializada en conseguir (o en fabricar) "notas imposibles", me encargó que reuniera a dos arqueros excepcionales y, supuestamente, enemistados: Amadeo Carrizo y Hugo Gatti. Carrizo iba rumbo a los 45 años de su edad. Gatti, entonces con 26, se consolidaba como el arquero-personaje más atrevido. Se decía que los dos no se podían ni ver. Mentira. Sin demasiado esfuerzo a los supuestos "enemigos" los junté en la cancha de Vélez Sarsfield .Encontré que los dos se admiraban con visible afecto. A cancha cerrada conversamos y les pedí tirarse mutuamente una serie de penales. ¿Quién ganó esa pulseada, ¿Gatti o Carrizo? El duelo fue muy parejo pero se desniveló sobre el final. Pasado más de medio siglo, guardo el secreto. ¿Traiciono mi oficio?

A las nueve y media de la mañana nos encontramos en Beiró al cuatro mil. Carrizo está ahí junto a su Torino. Gatti llega en taxi. Los dos ya abrevian los metros que los separan. Carrizo camina como un conwoy veterano y prestigioso. Gatti, livianito, parece un cartero en día franco. Se enfrentan. Se están mirando: no se dan, se pegan un tremendo abrazo.

Ya vamos en el auto de Carrizo, rumbo a la cancha de Vélez. Él maneja, Gatti a su lado, atrás el fotógrafo Antonio Legarreta y yo. Los dos aceptaron enfrentarse con una serie de penales que se tirarán en tandas de cinco. Carrizo aclara que tiene un pequeño desgarro. Gattí le dice: "Vamos, viejo, no te achiqués".

Ya en la cancha, los dos se han cambiado, Carrizo usa zapatos de fútbol, Gatti prefiere las zapatillas y las medias bajas. El utilero nos deja tres balones y se va. Ni un alma en la cancha. Carrizo repite: "Yo no me puedo hacer mucho el loco con este desgarro". Gatti hace como que no escucha. Con la pelota en los pies Carrizo se transforma: la sube al empeine, la adormece allí, la alza suave a la rodilla, la sube como por una escalerita imaginaria a su hombro izquierdo, con apenas un toquecito de clavícula la sube a la cabeza, después la deposita en el hombro derecho, otro toquecito de clavícula y pasa al hombro izquierdo y así continúa. "Tomá, Hugo, hacé algo vos." "No, seguí vos Amadeo; en esto sos el especialista. Yo te miro.". Al final Carrizo deja la pelota como paloma persuadida, domesticada. Gatti se levanta como resorte. Empuja el balón unos cinco metros hacia adelante, toma carrera, elude a rivales imaginarios y la mete en el arco vacío. Les propongo empezar con los penales: La primera tanda resulta 2 a 2. En la segunda Carrizo ataja cuatro disparos. Y recibe un gol. Gatti ataja tres, uno desviado y un gol. Siguen empatados. Empiezo a dudar. En la tercera tanda se hacen cuatro goles cada uno. Siguen parejos. Desconfío: ¿estarán exigiéndose?

Hugo Gatti quería ser eterno un rato más

Quedan cinco penales para cada uno. Les confieso mi sospecha: demasiada paridad luego de quince penales cada uno. Carrizo, serio, me dice: "Prometimos que iba en serio". A Gatti mi sospecha lo enoja: "Si usted no me cree ya mismo se lo juro por mis hijos". Y mi sospecha se desploma.

-¿Por qué casi todos los penales fueron desde el medio hacia la izquierda?

-Porque ese es el lado que menos nos gusta a los arqueros -dice Gatti.

-Nosotros no podemos traicionar nuestra religión de arqueros: este para nosotros es el primer mandamiento.

Dejo que me suceda el sueño del pibe , me pongo yo en el arco. Empiezan a tirarme desde afuera del área. Carrizo le pega con extrema delicadeza. Gatti me patea con vehemencia. No mengua su hambre de arco. Porque la pelota con el frío duele, le saco un tiro con el codo a Gatti. Lo recibe como canchereada mía: toma el rebote y le pega con todo. Yo me agacho. Él me grita: "¡Sáquese los anteojos, así no tiene excusas!" Le respondo: ¡Sin anteojos la vida no tiene sentido!

A eso de las once y media Gatti se ha subido al travesaño. Carrizo consuela a Legarreta: uno de los cuatro rollos que ya tomó cayó de su bolso y la tapa del carrete saltó. Para cambiar de asunto le tiro un centro a Carrizo Y veo lo que alguna vez me asombró: se eleva con una rodilla adelante, alza el brazo izquierdo, y captura con una sola mano la pelota: es como si la desgajara del cosmos.

Gatti se pone con la cara en dirección al sol, para dorarse. La última tanda de penales, sigue pendiente.

-Gatti, ¿quién es el mejor arquero argentino?

-Yo. Por supuesto.

-Carrizo, y para usted, ¿quién es el mejor?

-Y... no sé... a mí la respuesta no me nace...

-Amadeo -le dice Gatti-, yo sé que vos sentís que sos el mejor arquero, pero no te animás a decirlo

-Qué querés, no me nace...

-Animáte, viejo, y grítalo fuerte: ¡Soy el mejor arquero!

-Bueno, sí, soy el mejor arquero... del mundo.

-Gatti -intervengo-, usted, rotundo, afirma que es el mejor. ¿Cree eso?

-Siempre voy a decir que yo, Gatti, soy el mejor. Porque es mi trabajo, y creo en mí. A Amadeo le falta lengua. Le aseguro que si el viejo hubiera tenido carácter habría superado a Pelé y dándole la ventaja del puesto de arquero, puesto de tontos... La única contra que tuvo Carrizo fui yo porque si no seguiría jugando hasta los 50 años en River. A él y a mí la tribuna nos extraña... Amadeo, organicemos partidos en todo el país. Vos jugás en un arco y yo en otro. Espectáculo de arqueros.

-Hugo, yo voy con vos.

(Le recuerdo a Gatti, falta la última tanda de penales. Carrizo tirará cuatro sobre la izquierda y uno sobre la derecha. Gatti tirará dos sobre la izquierda y tres sobre la derecha. La paridad esta vez se romperá. Uno de los dos convertirá un gol más, que el otro).

Posdata. Pasó medio siglo. ¿Quién ganó aquella pulseada de penales: ¿Gatti o Carrizo? Mantuve el secreto al escribir la nota, en 1972, y en un capítulo de mi libro De fútbol somos, en el 2000. ¿Y ahora? Eventuales lectores, ahora me sigo guardando el secreto. Secreto de profesión, que le dicen.

zbraceli@gmail.com ///// www.rodolfobraceli.com.ar

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