Opinión

En el umbral del arco Iris, Serafino, pendejito, hijo de Cecilia y Juan, bebemos tu sol

Reanudo columnas que inicialmente publiqué entre julio y agosto de hace siete años en Jornada y en Página 12. No es por ser reiterativo, pero la realidad sí es reiterativa. Y no sólo reiterativa, se ha agravado hasta el espanto.

La salvajada que se está consumando ahora con los trabajadores, con los médicos, enfermeros y personal diverso del Garrahan, los crueles recortes que afectan a los discapacitados, son una obscenidad. Difícil expresar con palabras este apogeo de delirio y crueldad.

La obscenidad de la mentada motosierra emerge para complacer las exigencias de Fondo Monetario Internacional. Así de sencillo: el Fondo nos presta, como nos prestan lo usureros, y tras el préstamo nos acogota de inmediato. No estamos acumulando reservas en el Banco Central. Eso que acumulamos día a día, constituye una deuda pavorosa; deuda que tendrán que pagar nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, y los hijos de los hijos. La madre que nos parió, ¿qué hicimos para merecer esto?

Mientras madura la respuesta sobre lo que hicimos y lo que dejamos de hacer, a ver, empecemos por responder a este pregunta puntual : ¿cómo pagaremos semejante deuda? Muy sencillo: vendiendo por dos mangos pedazos de mapa, rifatizando los bienes naturales. En otra palabras, terminando de vender las joyas de la abuela y a la abuela también.

En el umbral del arco Iris, Serafino, pendejito, hijo de Cecilia y Juan, bebemos tu sol

Asombra ver cómo por estos días se está entregando el patrimonio nacional. En este río revuelto entra la educación pública, los docentes, el presupuesto universitario, la ciencia con sus científicos, el Conicet, los jubilados y la madre y la abuela que nos parieron.

Cuando escribí mi primera nota sobre este tema sucedía el mes de julio del año 2018. En el Senado de la Nación se producía un cruce entre la señora senadora por Tucumán, Silvia Elías y el biólogo Alberto Kornblihtt. Esto sucedía exactamente el 16 de julio del año 2018 después del sufriente Cristo. La descomunal burrada de la senadora consistió en afirmar que el Síndrome de Down es una enfermedad. Incurable, dijo.

En aquel cruce con Alberto Kornblihtt, senadora, usted puso en evidencia esa opinión suya; al segundo quiso disimularla. Tarde: las moscas salieron de su boca no debidamente cerrada. Y las moscas a su boca abierta entraron como salieron.

Seres humanos que, a propósito de la despenalización del aborto, defienden "las dos vidas" -la de madre y feto-, quisieron minimizar, disimular su "desliz". Señora Senadora, ¡joder con el desliz! Pasa con frecuencia: los dueños de las "buenas costumbres" son hábiles para licuar barbaries como la suya. Esta vez, impunes y campantes, argumentaron que lo suyo, señora Senadora, fue apenas una "expresión desafortunada."

Nooo, todo lo contrario: fue una expresión afortunada porque enmascara lo que tantos y tantas enarbolan. Afortunada, además, porque descareta de cuajo a quienes ladran que "¡la vida es sagrada!" Caramba o carajo, otra pregunta: sagrada la vida ¿de quiénes?

Señora Senadora, demorémonos un minuto en su desliz. Por empezar anida una cuota escandalosa de torpeza. Imposible no advertir lo que nos revela, de usted y de su secta de buenudos, tan atroz opinión sobre el Síndrome de Down. Revela ignorancia, insensibilidad y un cretinismo retrógrado que nos remonta a tiempos cuando andábamos en cuatro patas, meta gruñidos y aboliendo la coherencia de cualquier sintaxis.

Debe reconocerse: su "desafortunado desliz" tiene la virtud de revelar en un santiamén hasta qué punto la hipocresía es la sustancia medular de quienes por estos días, peligrosamente -desesperados hasta la histeria-, enarbolan la defensa de la vida, porque "¡es sagrada!". Otra vez: sagrada la vida ¿de quiénes? Se llenan la boca con la palabra "Jesús" pero imaginemos lo que le harían a un Jesús de nuestros días los gendarmes y fuerzas expertas en disuadir por las malas o por las malas. Y por la espalda. Si necesitamos datos objetivos de la realidad, ahí tenemos, cada miércoles el festival de palos y la regadera de gas pimienta con que homenajean a los viejos, a los abuelos jubilados . Ahí tenemos al funcionario que dice: que si una familias tiene un discapacitado, ella, la familia, debe hacerse cargo y entonces cero de ayuda del Estado. Si el funcionario debe pagar peaje, ¿por qué un discapacitado no iba tener que pagarlo? (Así razonan los desgraciados.)

En el umbral del arco Iris, Serafino, pendejito, hijo de Cecilia y Juan, bebemos tu sol

Señora Senadora, lo dicho: lo suyo más que desliz es revelación. Todo el tiempo ustedes discriminan, y desenfundan el dedito de acusar, y tildan, y xenofobian, y convierten a los pobres y a los marrones en sospechosos. A ustedes, practicantes de la indiferencia activa, les importa un carajo los abortos posteriores, es decir, las "interrupciones de vida" perpetradas después del vientre, mediante el hambre, los misilazos, y la sembrada analfabetización. Señora Senadora, con sumo respeto le digo que con su desliz usted ofendió a la investidura de la Honorable Cámara. Y agravió a la hoy tan desabrigada democracia. Súmele a esto la ofensa a los primordiales que laboran y sueñan sin mirar a quién.

A continuación, a modo de desagravio, deseo compartir un textito que hace algún tiempo me inspiró un niño down mendocino. El niño, convertido en linterna, anda por ahí...

Estos días, su papá Juan, y su mamá Cecilia publicaron un texto con una foto de Serafino oficiando de panadero. Ese texto fue publicado por el diario Jornada; lo recomiendo vivamente. Ahora va mi tributo a Juan López y a su mujer, Cecilia, un par de padres que son, ellos, un par de linternas de sol.

Serafino mediante

Cuando un niño nace con Síndrome de Down decimos, desde el error de la piedad o, peor, desde la necedad de la lástima, que es diferente. Él niño, ¿diferente de nosotros o nosotros diferentes a él?

El niño de nuestra historia se llama Felipe, pero me gusta nombrarlo con un nombre secreto: Serafino. A Serafino, al tiempo de su nacer, le abrieron el pechito y le zurcieron el corazón trizado; que conste, con hebras de sol se lo zurcieron. Desde entonces, vive pleno, y hay que ver cómo deletrea, cómo aprende las sílabas del mundo el vaguito...

Serafino usina secretos preciosos: a la vida le ve colores que nosotros no conocemos, y le escucha sonidos que tampoco. Por eso ya está a salvo de las miserias y distracciones paupérrimas de la condición humana.

Conozcámoslo un poco más: para Serafino el 3 no es un número: es un clavel. Y 333 es un clavel más otro y otro clavel. A ver si nos entendemos: el 333 es un jardín que cambia de enanito todos los días que amanecen impares. Enanito siempre de izquierda, por eso rojo el clavel.

¿De qué clavel estamos hablando? Es inútil, no lo podemos ver; él sí.

Conviene enterarse, además, de que para Serafino el 5 es un niño que ahora en la vereda pedalea un triciclo verde; veloz espanta los charcos que dejó la lluvia de recién.

¿Y el 8? Es la foto de su madre amamantándolo. ¿Y el 9? Es su papá con el ceño apretado cuando se levanta de su rato de siesta.

¿Y el 4? Ah, el 4 es su hermana cuando se atreve a sentarse en una sillita que es sumamente violeta. La tal silla -la más pequeña del mundo-, es la que Serafino usa para subirse y asomarse por cierta ventana en la que cabe un arco iris que late cuarenta y siete colores y trece más.

Sépase: a los semblantes de estos colores, nosotros no los alcanzamos ni a vislumbrar. Es que estamos tan ciegos para esos colores, y tan sordos para tocarlos... Porque, hay que decirlo: Serafino sabe y siente más hondo que los adultos adulterados; sabe y siente que los colores tienen piel y hay que escucharlos con la punta de los dedos, siempre.

((Veámoslo ahora mismo: Ahí va Serafino, vadeando el arcoíris. Ahí viene, Serafino, con una bandeja de pancitos que él amasó. Serafino ha conseguido, ¡la multiplicación de los pancitos! Serafino, gracias por tanto y tanto. Gracias a tus prodigiosos padres Cecilia y Juan. Gracias por tu modo de multiplicar los panes, Serafino Felipe.

Es de luz el pendejito. Y la luz no tiene por qué rendirle cuentas a nadie.

¿Podríamos decir, entonces, que Serafino es un feliz?

Preguntar eso significa no haber entendido nada.

Desde antes de nacer, / desde el cálido vientre amoroso / él, Serafino Felipe, / sabe que la felicidad / es un sufrimiento que los humanos / nos inventamos sucesivamente...))

Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires

* zbraceli@gmail.com /// www.rodolfobraceli.com.ar

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