El gran cambio desde el Poder
El Poder se cansó de no poder. Parece un juego de palabras, pero no lo es, en absoluto. Tras varios entrenadores de prestigio que pasaron por el París Saint Germain (PSG), después de semejantes estrellas como Ronaldinho, Ibrahimovic, Cavani, Neymar, Sergio Ramos, Lionel Messi o Kylian Mbappé, el presidente del club parisino, el qatarí Nassert Al Khelaifi, tomó la decisión de cambiar el rumbo.
Quizá fue consecuencia de la presión que ejerció la "curva", el grupo de hinchas más fuertes, cansados de tanta derrota, cuando en el verano de 2023, ante otro fracaso (al que definían como no ganar la Champions League porque imponerse en la liga o la Copa de Francia era de sentido común con esos planteles) manifestaron su deseo de "volver a las fuentes", lo que significaba apostar por los jóvenes, por gente identificada con el club, la ciudad y el país, sin tanta estrella que, según creían, pensaba más en sí misma que en lo que representaba.
El poderoso dirigente, que llegó a presidir la Federación de Tenis, que encabeza la poderosa Asociación de Clubes Europeos 8ECA), y que está ligado a los jeques qataríes y a la UEFA, tomó entonces la decisión de torcer el rumbo hacia un conjunto más francés y apostó por un entrenador de prestigio, aunque discutido en sus modos de relacionarse con el vestuario, el español Luis Enrique Martínez.
No es que Luis Enrique se peleara con todos sino que es un entrenador que quiere ser quien controle el vestuario y no jugadores líderes. Ya en la selección española que jugó el Mundial de Rusia 2018 tuvo problemas de este tipo con un jugador de los quilates de Sergio Ramos y como se puede ver en la serie sobre su carrera en las redes sociales, con el título de "Ustedes no tienen ni puta idea", en un momento, ya en el PSG, tuvo muy duras palabras para Mbappé, al que le dice que nunca será número uno del mundo si no colabora con sus compañeros en la marca, y el ahora delantero del Real Madrid lo mira casi con desdén.
Hoy, una temporada más tarde, Mbappé ganó el Botín de Oro de Europa como máximo goleador, pero Luis Enrique acaba de ganar lo más preciado, la Champions League y por primera vez para el PSG y la segunda para el fútbol francés luego de aquella del Olympique de Marsella -gran rival histórico de los parisinos- en 1993.
¿Qué fue lo que hizo Luis Enrique? Apostar al colectivo y no a las estrellas. Y no porque el PSG no las tuviera, como se pudo comprobar en la final ante el Inter, en la que brillaron Ousmane Dembélé, el portugués Vitinha (el mejor jugador del campo), o una de las grandes promesas del fútbol mundial, Desirée Doué, o el georgiano Kvarastkhelia, el otro delantero.
En cambio, Luis Enrique convenció al equipo que para ganar todo, para "no tener miedo" (usó estas palabras específicas en la conferencia de prensa previa a la final), había que estar "preparado para todo" y eso, en otras palabras, significaba carácter, determinación y, sobre todo, sentido colectivo.
Ousmane Dembélé se transformó en el símbolo de este PSG: un delantero insulso, con días cambiantes, que nunca terminaba las jugadas que hilvanaba desde su enorme habilidad y que se había convertido en una eterna promesa, y que no había terminado de cuajar en el Barcelona, siquiera con Lionel Messi atrás, ahora corría a todos los rivales, y marcaba goles por doquier en su nueva posición de "falso nueve" que puede, de repente, aparecer en una punta y de esta manera, hacerse incontrolable.
Pero también Dembélé (destacado por Luis Enrique especialmente tras el éxito) se convirtió en líder en el vestuario, en consejero de los jóvenes.
La transformación de Luis Enrique no termina allí porque también estableció un esquema de 4-3-3 a la vieja usanza, como buen discípulo de Josep Guardiola, con un fútbol preciosista pero sereno, que mantiene la posesión de pelota pero que está colmado de paciencia, haciéndola correr hasta desgastar al rival, y con todos jugadores de buen pie.
El PSG no sólo acabó ganando la Champions, sino que en esta temporada obtuvo la Supercopa de Francia, la Copa de Francia y la Liga francesa y ahora va por el Mundial de Clubes de los Estados Unidos, porque Luis Enrique potenció a todos: Gianluigi Donnarumma no es más aquel joven prometedor pero a veces dubitativo sino que es un arquero sólido y seguro, mientras que William pacho, el joven ecuatoriano, se convirtió en el mejor compañero de zaga del veterano pero siempre eficiente brasileño Marquinhos, el capitán, y Vitinha mueve los hilos acompañado de otro talento como el español Fabián Ruiz y el portugués Joao Neves.
Si algo le faltaba a Luis Enrique era ganar otro Triplete como el que ya había logrado hace exactamente una década con el Barcelona, pero nada de esto podía ocurrir si el PSG no cambiaba de rumbo y no se diera cuenta de que en el fútbol, formidable deporte que puede igualar al millonario con el mendigo, no basta el dinero, porque sin proyecto, como el que sí tuvo otro poderoso y también club-Estado como el Manchester City, no se suele llegar lejos.
Ahora, el PSG entra en una nueva etapa, en la de ser considerado poderoso en lo económico e institucional, pero también grande en lo deportivo. Una nueva etapa comienza, y no hubo mejor bautismo que ganar 5-0 al Inter en la final, luego de haber eliminado en su recorrido de Champions a los dos primeros de la Premier League inglesa, haber vencido al tercero de ese tornero, el Manchester City, y a uno de los animadores de los últimos años, el Aston Villa.
Pocas veces, un campeón fue tan rotundo. Porque sobrevivió a todo, a una mala fase de grupos, y a los rivales más temibles. Y para que eso suceda, proyecto mata estrellas.
Por Sergio Levinsky, desde Múnich
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