Para qué vuelven los visitantes
El 10 de junio de 2013. En el Estadio único de La Plata, Lanús debía enfrentar a Estudiantes y todavía conservaba chances de ser campeón del Torneo Final. Javier Gerez, miembro de la Subcomisión del Hincha granate, concurrió acompañado de su amigo Adrián Sander Russo sin imaginar que ese iba a ser el último día de su vida.
Antes de los 11 minutos del primer tiempo, ya el árbitro de aquel partido. Patricio Loustau, había detenido las acciones dos veces por los incidentes en las tribunas. Quedaban tres fechas para el final del torneo y los otros dos equipos con chances de ser campeones eran Newell's Old Boys y River Plate.
En efecto, llovían balas de goma desde los efectivos de la Policía Bonaerense y "El Zurdo" Gerez recibió un balazo en el tórax y sólo alcanzo a taparse la herida colocando su entrada de papel en ese lugar, pero era imposible y murió en el camino al hospital Gonnet.
Aunque tantas veces el show debió seguir y la capacidad de empatía de los hinchas parecía haber caído en el vacío, la muerte de Gerez marcó un cambio fundamental para el fútbol argentino que determinó un viraje estructural en cuanto a la organización, aunque la toma de consciencia y los estudios de la problemática corrieron por carriles diferentes.
Por un lado, a partir de ese momento se prohibió el ingreso a los estadios de los hinchas visitantes, lo que significó un cambio de mentalidad. El "yo te sigo a todas partes", como dice la canción que se repite en cada hinchada, pasó a ser parte de la teoría y en la práctica, los clubes con mayor afluencia de simpatizantes y socios propios le fue tomando el gustito a la idea: "¿Para qué queremos visitantes si ahora con los locales llenamos todo, y facilitamos que las peñas de todo el país y del exterior tengan sus espacios? No necesitamos a nadie de afuera".
La idea prendió, pero al mismo tiempo se consumó uno de los fracasos más grandes que vivió la Argentina desde la convivencia: el hecho de que dos hinchadas de distintos equipos no pudieran convivir en una tribuna, en un espacio social, so peligro de incidentes y hasta de muertes, y tratándose de un partido de fútbol.
La sociología volvió a estar ausente, como de costumbre. Se volvió al blablablá de siempre por falta de estudios concretos, con cifras, con la única excepción de la ONG "Salvemos al Fútbol", que vino reemplazando al Estado nacional con investigaciones financiadas de sus propios bolsillos, y en buena parte, de los de un exjuez, interesado genuinamente en terminar con esta lacra, o al menos averiguar por qué ocurre lo que ocurre.
Pero a nadie le interesó demasiado, cada uno con su pequeño negocio. Tampoco hubo manifestaciones fuertes de los hinchas, que a decir verdad, en Alemania son capaces de abandonar una tribuna en medio de un partido porque las entradas son demasiado caras, o en Inglaterra salieron a la calle durante días laborables para oponerse a la elitista Superliga Europea que pregonaba el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez.
Al contrario: como bien sostuvo "Salvemos al Fútbol" en algunas de sus investigaciones, la problemática del enfrentamiento entre hinchadas pasó a ser, con el tiempo, entre sectores de la misma hinchada por el botín en los tiempos en los que el Estado puso muchísimo más dinero que el monopolio que tuvo los derechos de TV por cuatro décadas. Del conflicto "inter-barras" se pasó al de "intra-barras".
Pero todo siguió igual. Más allá de algún intento electoralista por devolver a los visitantes a los estadios, la idea no cuajó porque en este lapso de doce años sólo con hinchas locales o con algunos partidos que aceptaron el eufemismo de los "neutrales" (apara no decir que eran los hinchas visitantes que les convenían para agrandar las recaudaciones con los gobiernos y la AFA mirando para los costados), siguieron los heridos, los muertos, y la misma mentalidad barrabravista de siempre.
Porque los violentos no se fueron nunca. Siguieron con sus mismos negocios, cada vez más sofisticados, alrededor de drogas, reventa de entradas y de indumentaria destinada a los planteles, viajes acompañando al equipo, aunque más no fuera hasta la puerta, luchas intestinas por el poder y hasta blanqueo, en algunos casos, para aspirar a ser un dirigente "de civil".
En estos doce años "sin visitantes", no sólo que todo siguió igual que en 2013 en cuanto a la violencia del fútbol (aquella que genera el fútbol como sistema y no la que lo rodea por otras tantas causas, que existe también y que bien podríamos llamar "perimetral"), sino que ni siquiera se logró detener la sangría y hubo un centenar de muertos más, pero esta vez, sin siquiera la posibilidad de enfrentamiento folklórico entre las dos hinchadas. Ya no hace falta.
La gran pregunta, entonces, es "por qué ahora sí" puede haber visitantes en los estadios. Qué es lo que mejoró en la condición social de los hinchas en 2025 para que ahora sí se crea que se está en condiciones de aceptar ese regreso con anuncios pomposos que parecen haber olvidado todo lo que ocurrió en este tiempo y hasta al propio Gerez, a quien nunca se lo homenajeó con la honestidad que hubiera significado el intento de cambiar ciertas reglas, de no ser cómplice de lo establecido.
Ni siquiera se pensó en la conveniencia de muchos de los equipos por continuar con este statu quo de la localía completa. ¿Cederán una parcela propia ahora que lo tienen todo y que no necesitan de los otros?
¿Este fútbol, en el que unos hinchas les dedican los goles a sus rivales "que lo miran por TV" están dispuestos a ceder sus espacios cuando desde hace doce años que en su tribuna lo tienen todo? ¿Esta Argentina reúne hoy la solidaridad para pensar en el otro como para que un club acepte invitados en su casa?
Son muchas preguntas que tendrán respuesta con el correr de las fechas, cuando "los muchachos" empiecen a olvidarse de hacer un buen papel en las primeras semanas a pedido encarecido de los dirigentes de los clubes.
Por ahora, el fútbol vive de anuncios pomposos, con mucha prensa, con la idea de dibujar una imagen, sea cual fuere la realidad circundante.
Por Sergio Levinsky, desde Madrid