Opinión

La primavera vino y vio cómo martirizaban a jubilados y discapacitados. Y se quedó.

Dudamos: en este año 2025 después del sufriente Cristo dudamos que tuviéramos día de la primavera. Pero la primavera, porfiada, como siempre, se asomó nomás y, con estupor, tuvo que ver entre otras cosas cómo martirizaban a los indefensos jubilados, a los discapacitados y a tantos etcéteras.

Todo esto en nombre del "protocolo" destinado a salvaguardar el bendito orden que intenta disimular el indisimulable hambre de nuestro cada día con su noche.

Así es, nadie pudo detener los impulsos de la ferviente primavera. Terca como ella sola, ella estalló, pero tuvo que ver lo imposible: jubilados con el lomo doliente, niños con la espuma pimienta sobre los párpados. Todo esto, al compás del "nosotros cumplimos órdenes"; la maldita "obediencia (in)debida", que le dicen. Obediencia debida ejecutada para disciplinar, para meter miedo, para escarmentar a los pobres cuerpos pobres. Disciplinar, otro eufemismo siniestro.

Pero la primavera no entiende razones ni protocolos repugnantes, y estalló nomás. Nadie la pudo atajar, nadie la podrá detener. Porque ella es hembra y, si es hembra , es dueña de nuestros insomnios, empuja y nutre a la empeñosa y, por ahora, eterna rueda de la Vida.

Cada estallido de primavera, me produce un sueño de almohada recurrente. El sueño, que ahora estoy compartiendo, es el siguiente: soñé con un texto que me confirmaba que nuevamente había asomado la primavera. Ese sueño me dice que esta mañana me despertó la dolorosa alarma del reloj. Acomodé mis meniscos, mis bisagras, bajé de la cama, bebí agua, respiré hondo y comprobé que, como siempre, ahí estaba el aire. Lo saludé, buen día, aire -le dije.

La primavera vino y vio cómo martirizaban a jubilados y discapacitados. Y se quedó.

Descalzo salí a la terraza que me suplanta aquel patio de mi niñez mendocina que tanto extraño; alcé la mirada y comprobé que el sol ¡también estaba! Un sol nuevo como fue el sol de ayer y será el de mañana.

Ya con la certeza de la existencia del aire y del sol, agnóstico como soy, empecé a rezar a mi manera: es decir, a rezar sin acudir a las gastadas plegarias burocráticas pronunciadas con la inconsciencia del hábito. Mi rezo consiste en decir los nombres de un puñadito de seres primordiales, con los que comparto los días y las noches, y, por supuesto, la absurdidad de este mundo. Los rostros de esos nombres alientan mi intento de hacer que la famosa Vida escape por fin a la condena de ser nada más que "una herida absurda".

Así van siendo las cosas en mi sueño: me desperté, tome agua, caminé por la terraza, paladee hondas respiraciones, evoqué a esos seres que son mis tenaces talismanes. A continuación me preparé para izar la bandera. Ahí advertí que en mi casa no había mástil; pero no me desanimé, seguí adelante, me dije: "si uno lo desea, uno mismo se vuelve mástil".

¿Y qué bandera iba a izar para saludar a este día único?

Empecé a buscar la bandera deletreando los pliegues del flamante aire de la mañana. Miré al norte y al sur, y al este y al oeste. "Bandera, ¿dónde estás?" -insistí en voz alta...

Continúo con mi sueño: el aire, apenas brisa, me respondió lamiendo mis pómulos y la piel de mi mirada.

Ahí comprobé que la bandera era ese aire que me estaba rozando con la prudencia de la levedad. Y la empecé a izar lentamente, a la bandera, con mi corazón repleto de entusiasmo.

La primavera vino y vio cómo martirizaban a jubilados y discapacitados. Y se quedó.

Al izar la bandera del aire sentí, como nunca antes, que mi patria es el mundo entero. Y que el mundo entero es apenas una semilla que flota en el océano sin orillas del mentado cosmos.

Como nunca, sentí que los mapas y las fronteras son un invento de la autodenominada civilización para justificar la irrefrenable barbarie de guerras y misiles y genocidios preventivos.

El sueño todavía no ha concluido: Una voz proveniente de una ventana de edificio cercano me grita: "¡Pacifista pelotudo!"

Sin ánimo de insultarle la madre, le grité: "¡La madre que te parió!"

El anónimo tipo de la ventana se dio cuenta que yo no tenía nada de pacifista y concentró su agresión a una sola palabra: "¡Pelotudo!"

A esta altura del intercambio, enmudecí. Lo cierto es que mi vecino sin rostro me dejó sin palabras con su poder de síntesis.

Prosigo con el sueño. Enseguida el tipo del balcón distante se esfumó, seguro que se sintió triunfador.

Me quedé agarrado al silencio, abatido y desolado. Empecé a arriar la bandera del aire, lentamente. La sentí como otra piel que me seguía rozando los pómulos.

La primavera vino y vio cómo martirizaban a jubilados y discapacitados. Y se quedó.

Me sosegué.

Habrán pasado un par de minutos. En voz alta me impuse alzar otra vez la bandera del aire. Y esta vez la llevé bien arriba, a la bandera.

Y otra vez sentí que el mundo entero es una patria no más grande que una semilla, semilla que navega su enormemente chiquitita desmesura por el sumo cosmos.

Después fui a vestirme de ciudadano. Se me hacía tarde, desayuné apurado, y me entregué al azar de las veredas. No había caminado una cuadra y ya me había olvidado de que el mundo entero es una patria. Y que los países y las fronteras son un invento de la civilización (agudizada por el arrasador neoliberalismo) para justificar la irrefrenable barbarie de guerras y de misiles y de genocidios. Y de, justificar las torturas, nombrándola "interrogatorios exigentes".

Pasada mi jornada de ardua ciudad, retorné a mi casa; la noche ya cubría casas y cosas; al llegar recordé lo que había olvidado. Entonces busqué mi terraza, respiré hondo, hondísimo, y comprobé que el aire seguía flameando. Alcé un poco más mi mirada y comprobé que también la luna seguía estando.

Con la certeza del aire y de la luna, recé pronunciando mis palabras talismanes, y como carecía de mástil, yo me volví mástil. A la bandera del aire la fui alzando, despacito... hasta que volví a sentir que el mundo entero era una patria del tamaño de una semilla flotando sola y solita en el hondo abismo del cosmos.

No sé por qué, pero a esta altura del sueño, cierta emoción me soltó lágrimas silenciosas. Si quisiera explicarlas, seguro no podría.

Posdata

Ahora me doy cuenta que lo del aire, lo del sol y lo de la luna; que lo de la bandera, lo del mundo semilla flotando en el océano infinito del cosmos, todo se debía a ese milagro, inevitable, que es la parición de la tenaz, terca, porfiada ¡primavera!

Como supo escribir algún lejano poeta: no, no hay nada que hacerle con la primavera. Siempre nos cautiva. Con ella no se puede. Con ella no hay nada que hacerle. Es una tentación de la que no podemos escapar.

En homenaje a la preciosa tentación ¿podríamos tener a bien, por ejemplo, no guardar armas en nuestras casas? Es decir: tener el supremo coraje de no andar armados, como propone una señora ministra..

No me quiero olvidar: hace dos años la primavera vino con un flor de regalo bajo el brazo. Con un regalo semejante a un premio Nobel: la Unesco acababa de incorporar al Museo Sitio de Memoria ESMA a la "lista de bienes protegidos internacionalmente, como, por ejemplo, Auschwitz". En otras palabras, en un tiempo espantoso en el que arrecia sin asco la ultra derecha, en el que hay hasta candidatos a la presidencia de la nación que enarbolan el negacionismo y hacen la apología de la tortura y de la desaparición de personas, en ese tiempo justamente nos viene este reconocimiento de la Unesco. La ESMA se convierte en un monumento viviente y ejemplar del proceso bueno: el proceso de "la "Memoria, la Verdad y la Justicia".

Tenemos razones para sentirnos orgullosos: la Argentina de este tiempo ha merecido, está mereciendo, que la ESMA se convierta en "patrimonio de la humanidad". De la humanidad entera. Se trata de estar consiguiendo otro campeonato mundial, no menor al conquistado con el precioso futbol nuestro de cada día y de cada noche.

Lectora, lector ¿les suena muy ingenuo esta monserga referida a la primavera? No importa. No le aflojemos. Hace rato que estamos en estado de pulseada; la pulseada tiene la edad de la memoria semilladora. Es decir, viene desde antes de Eva y de Adán. Cuando las estaciones, todas las estaciones, todas, eran pura primavera.

Convido a saludar a esta primavera, como si fuera la última, mejor dicho, como si fuera la primera. Ven día, buen día, querida primavera.

* zbraceli@gmail.com /// www.rodolfobraceli.com.ar

Por Rodolfo Braceli, desde Buenos Aires

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