El fenómeno Russo
Cada muy tanto, el fútbol argentino sale de lo habitual y se suma a una ola de profundo respeto. Y eso ocurre cuando, como ahora, fallece alguien que ha logrado un consenso difícil de conseguir y para el que hay que reunir demasiadas condiciones, cercanas a la unanimidad.
Miguel Ángel Russo se fue transformando en uno de estos pocos personajes, como anteriormente lo fueron Diego Maradona o Alejandro Sabella hace un lustro, cuando fallecieron por una diferencia de escasos días. Uno como fenómeno mundial y el otro, por su caballerosidad y bonhomía, además de haber sido un gran jugador y un destacado director técnico.
Russo proviene de la escuela de Estudiantes de La Plata, club en el que se formó como jugador y persona, y en el que jugó nada menos que 420 partidos, ganando dos campeonatos (Metropolitano de 1982 y Nacional 1983) y siendo la única que vistió entre 1975 y 1988, además de 17 veces la celeste y blanca de la selección nacional entre 1983 y 1985, con la dirección técnica de Carlos Bilardo.
Hasta allí, hasta su retiro como futbolista, era un jugador respetado, serio, que tenía como principal función quitar, como volante central, para entregar rápidamente la pelota a los que sabían. Si primero fue a virtuosos como Carlos López o a su compadre Patricio Hernández (que llegó a la Primera junto a él y a Abel Herrera y José Luis Brown), como entrenador, después, fue variando su imagen hasta conseguir ese consenso al ser considerado alguien consentido común, querido por los planteles, muy cercano a los jugadores, y que terminó de hacerse sabio para la vida cuando en 2018 se enteró de que arrastraba un cáncer.
Es en el tiempo en el que fue entrenador, entre 1989 y 2025, cuando falleció en el ejercicio de su cargo en Boca Juniors, que Russo fue madurando aún más y entendiendo de qué se trata esto de vivir con dignidad, de honrar la vida, como cantaba con su voz particular y sentimental la gran Eladia Blázquez.
Porque "Miguelo" pudo, por fin, entender por qué su admirado Carlos Bilardo (su entrenador en Estudiantes y en la selección argentina) le dijo que recién cuando se sentara en un banco como director técnico podría comprender ciertas decisiones, como la muy dura por la que se quedó afuera de la lista definitiva del Mundial de 1986, que además luego terminó ganando el equipo nacional, cuando él había formado parte de casi todo el ciclo, jugando en la Copa América 1983, la gira por Europa de 1984 y la clasificación mundialista de 1985 (con gol a Venezuela incluido).
Los rumores indican que Bilardo se dirigió al edificio de la AFA de la calle Viamonte, en la zona de Tribunales de Buenos Aires, a dejar la lista de los 22 jugadores que iban al Mundial, y que de allí se dirigió al country de Estudiantes en City Bell, donde brindó con Sabella, Brown y el propio Russo, pero horas más tarde, los dos últimos no estaban entre los mundialistas.
Pero Russo lo aceptó en silencio, como también, cuando, tal como solía hacer casi siempre par reparar sus errores del pasado- el entonces presidente de la AFA, Julio Grondona, pensó en él para dirigir a la selección argentina en 2008, cuando renunció Alfio Basile, y así lo llegó a anunciar uno de los diarios más importante de la Argentina, pese a lo cual, el elegido fue Diego Maradona, que venía haciendo lobby con el mandamás del fútbol argentino desde los recientes Juegos Olímpicos de Pekín.
Por eso aquella máxima con la que se identificaba a Russo de "son momentos, son decisiones", que escondían códigos de bajo perfil para que no le siguieran preguntando por tenas escabrosos, parecen estar relacionados con esto que le ocurrió en su carrera, o acaso también los primeros aprendizajes en la habitación de sus primeras concentraciones como jugador, al lado de uno de los grandes ídolos "pincharratas" como "La Bruja" Juan Ramón Verón.
Y aquel Russo de Estudiantes, una vez que dejó el fútbol y pasó a colocarse del otro lado de la línea de cal, también fue Lanús (con dos ascensos), y volvió a ser Estudiantes (con otro ascenso), y fue Rosario Central, con cinco ciclos distintos (en los que casi siempre lo hizo protagonista, y también fue dos veces Vélez y dos San Lorenzo y otra vez Lanús y Colón, y no es que no haya sufrido porque también soportó dos descensos (uno con Lanús y otro con Los Andes) sin dejar de ser él mismo.
También Russo pudo sentir el afecto de los hinchas de Boca ("A Boca nunca se le puede decir que no, hay hinchas de Boca en cualquier lugar del mundo"), ganando la Copa Libertadores de 2007 (la última xeneize) de una manera rotunda, con un 5-0 global en la final ante Gremio de Porto Alegre, con un Juan Román Riquelme excepcional, que regresaba de Europa y con el que no pudo contar para el Mundial de Clubes de ese año en Japón, cuando razones reglamentarias no dejaron jugar al diez y al cabo, Boca terminó cayendo en la final 4-2 ante el Milan de y el brasileño Kaká.
Carlo Ancelotti
Pero Russo volvió trece años más tarde y, de atropellada, le terminó quitando el campeonato a River, y en el torneo siguiente volvió a repetir, ganando la final a Bánfield por penales.
Trotamundos, dirigió al Salamanca en España, al Monarcas Morelia en México, a la Universidad de Chile, al Alianza Lima de Perú, a Cerro Porteño de Paraguay, al Al Nassr de Arabia Saudita, y fue en Bogotá, dirigiendo al Millonarios en 2017 (al que sacó campeón ese año en una recordada final con el Santa Fe), cuando se enteró de que padecía un cáncer y del que se operó allí.
Russo le hizo frente a la enfermedad y prefirió vivir. "Esto se cura con amor", fue lo que dijo, en otra de sus grandes frases, que quedaron para el recuerdo. No le dio tiempo a la depresión. Quiso seguir trabajando, al punto de que concurrió a aquella final ante el Santa Fe a apenas horas de un tratamiento de quimioterapia, para sorpresa de su médico de cabecera.
El propio "Miguelo" cuenta que se había enterado de que el cantautor catalán Joan Manuel Serrat también padecía un cáncer y quiso contactarlo, y fueron sus amigos del bar "El Cairo" de Rosario, especialmente el humorista Roberto Fontanarrosa, los que consiguieron que un día apareciera "El Nano" de Poble Sec y le dijera "aquí estoy". Desde ese momento, fueron amigos y quien cantó a Machado siempre estuvo cerca.
Russo nunca quiso que se lo viera débil. En estas horas, ya sin su presencia en este mundo, su kinesióloga hizo viralizar un video en el que se entrenaba con ella haciendo bromas, y durante el Mundial de Clubes, ya muy deteriorado y con este escriba a apenas tres asientos de su escritorio en la conferencia de prensa, desafió a los presentes preguntando si, acaso, lo veían mal...
Russo quiso dirigir a Boca, aún en una etapa terminal de su vida, con un físico que no le respondía y con su familia pidiéndole que se quedara en su casa, reposando. Pero él no lo entendía así. Era un guerrero y la peleó hasta el final de sus días, aún sin poder levantarse del banco para hablarle a sus jugadores.
Lo que era el "Russo de Estudiantes". Entonces, derivó en un "Russo de todo el fútbol sudamericano", generando un respeto casi reverencial para un ámbito como el argentino tan caótico, donde las instituciones suelen funcionar muy mal, donde muchos partidos no terminan por hechos de violencia. Y los jugadores de San Lorenzo concurrieron al velatorio en la Bombonera, River envió una corona de flores de color auriazul, Marcelo Gallardo ordenó un minuto de silencio en el entrenamiento, y cientos de hinchas con camisetas diversas lloraron como si fuera un familiar.
Este consenso no lo logra cualquiera. Es una construcción desde el respeto, desde una trayectoria amplia (es el entrenador con más partidos en el fútbol argentino, 1284), desde visitar a niños en los centros oncológicos, en no levantarse de la mesa cuando era jugador hasta que no lo hicieran los veteranos, desde pelearles los premios a sus jugadores en su anteúltimo ciclo en San Lorenzo.
Russo consiguió todo eso con sus decisiones y sus silencios, y con haber elegido vivir con dignidad hasta el último segundo.
Por Sergio Levinsky desde Madrid