Hay eternidades que duran un leve ratito. Un pestañeo duran. A los argentinos nos apetecen las desmesuras, las eternidades eternas. Además de haber sido educados para creernos los mejores del mundo, germinamos personajes que de vez en cuando conmueven a medio mundo y a la otra mitad también. Sin ir más lejos, un tal Maradona, un tal Borges, un tal Fangio.