Perder para ganar y ganar para perder
El gran periodista Ulises Barrera, uno de los que mejor supo manejar el lenguaje con mesura y calma desde sus comentarios televisivos, solía preguntarse "cuando se gana, ¿qué se gana? Y cuando se pierde, ¿qué se pierde?"
Si nos atenemos a lo que ocurrió días pasados entre el Inter y el Barcelona, que brindaron un maravilloso espectáculo por la semifinal de la Champions League, sería conveniente reflexionar sobre esta inquietud de Barrera.
Si nos atenemos al resultado final de la serie, el Barcelona, que había generado enormes expectativas por su fútbol lujoso y por algunas estrellas que son ya mucho más presente que futuro, como Pau Cubarsí, Pedri Rodríguez o Lamine Yamal, quedó eliminado del torneo, recibió un total de siete goles entre los dos partidos y estuvo muy cerca de padecer un octavo, que fue anulado por un fuera de juego milimétrico determinado por el VAR en el partido de ida.
Sin dudas, un Barcelona con una producción ofensiva impresionante durante toda la temporada, con 164 goles, por 65 que recibió a falta de cuatro partidos para terminar el ciclo, cometió varios errores defensivos -varios de ellos se venían evidenciando a lo largo del período- que no le permitieron coronarse campeón de Europa y le generaron, sin dudas, una gran frustración.
En el momento de una dura derrota, y especialmente en los jugadores muy jóvenes, sin mucha experiencia, se sufre mucho por las ilusiones que se habían generado y por la oportunidad perdida, con el fantasma de que acaso no vuelva a haber otra en el futuro.
Sin embargo, muchas veces se da un paso atrás para dar luego dos hacia adelante. Un jugador con suficiente experiencia llegó a decir "en el deporte. O gano o aprendo". De eso se trata: de sacar rédito de una derrota, de aprender de ella, de los errores, de reunir la sabiduría para leer lo ocurrido y sacar las conclusiones que sirvan para otra vez.
Hace un año apenas, el Barcelona no tenía posibilidades de ganar una copa europea, y mucho menos antes, con el neerlandés Ronald Koeman en el banco, autor de la recordada frase "Es lo que hay". Sin embargo, los dos entrenadores, que como jugadores del Barcelona sí levantaron copas de Europa, fueron forjando lo que es el Barcelona hoy, entrenado por el alemán Hans-Dieter Flick, subiendo de a poco jugadores muy jóvenes al plantel de primera división, como los mencionados Cubarsí, Pedri o Lamine. Ellos acumulan ahora una suficiente experiencia como para ir a más en el futuro, aunque quizá hoy a ellos mismos esto les parezca lejano.
De hecho, desde la temporada pasada a la actual, el Barcelona apenas trajo un refuerzo, Daniel Olmo, proveniente del Leipzig, aunque formado en la cantera de "La Masía". El resto, son los mismos jugadores que parecía que no podían ir muy lejos con Xavi pero que sin la experiencia y la cantidad de partidos en sus espaldas que éste les generó, no podrían ser lo que son ahora.
Esto no va en desmedro del magnífico trabajo de Flick, que le dio una vuelta de tuerca a lo hecho por su antecesor, y potenció a todos sus jugadores, que hoy son mejores que ayer: además del crecimiento de estos jóvenes. Jules Koundé no es aquel lateral derecho que no pudo ante Ángel Di María en la final del pasado Mundial de Qatar, Raphinha no es el mismo que a principios de temporada hacía las valijas para irse a otro equipo y hoy alcanzó las cifras de Cristiano Ronaldo en una Champions, y el polaco Robert Lewandowski no es el goleador veterano que estaba para ir pensando en terminar su carrera y ahora lleva marcados 40 tantos en 49 partidos.
Entonces, el haber perdido en semifinales de Champions ante el Inter puede ser tomado como una experiencia que sirva para el futuro, en una temporada en la que el Barcelona ya ganó la Supercopa de España, la Copa del Rey y se encamina a ganar la liga española, aunque en estas horas deba atravesar uno de los mayores obstáculos, el clásico ante Real Madrid en el estadio Olímpico de Montjuic.
Si alguien puede marcarle un camino a este Barcelona es, justamente, el Inter, su vencedor en la semifinal e Champions. Los italianos no ganan una Copa de Europa desde aquella de 2010 en el Santiago Bernabeu ante el Bayern Munich, cuando primero tuvieron que eliminar al Barcelona en un muy sufrido partido en el Camp Nou, con el portugués José Mourinho como entrenador.
De hecho, fue aquel 2010 en el que un equipo italiano ganó una Champions por última vez, hace quince años. Luego de varios cambios institucionales y de plantel, su conducción se dio cuenta de que debía apostar `por un continuidad de un entrenador y acertó con Simone Inzaghi, aunque llegó a la final de la Champions de 2023 en Estambul y cayó allí muy ajustadamente ante el poderoso Manchester City de Josep Guardiola con un gol de Rodri, y no alcanzó el haber asediado a los ingleses durante buena parte del segundo tiempo y hasta la última jugada.
Estuvimos en Estambul y reflejamos en Jornada la desilusión de los hinchas del Inter y también de su cuerpo técnico y su dirigencia. Sin embargo, de aquella derrota, el club entendió varias cosas: que no debía cambiar al DT y al contrario, debía apoyarlo aún más, y que no alcanzaba con un equipo fuerte, ganador, protagonista de todos los torneos de su país ganando o no -ahora mismo, pelea el Scudetto de la Serie A con el Nápoli-, sino que debía tener un plantel compacto, con suplentes capaces de estar a la altura de los titulares y que no se perdiera mucho con los cambios en un partido.
Eso fue lo que ocurrió en esta semifinal ante un Barcelona que lo superó en la disposición de la pelota en ambos partidos, con una genial producción de Lamine Yamal, llamado a ser pronto el Balón de Oro y a ocupar el trono de Lionel Messi. El Inter supo resistir, Inzaghi dio respiro a varios de sus jugadores haciendo cambios justos y sin que se resintiera el equipo, y profundizó su esquema táctico de cinco volantes (3-5-2).
En otras palabras. Dos años más tarde, luego de haber caído ante el Manchester City en una final, Inter aprendió de aquella derrota y hoy está a las puertas de otro título.
Enfrente tendrá al Paris Saint Germain (PSG), un club cuestionado por su cercanía a los jeques qataríes, que se llenó de estrellas como Neymar, Mbappé o Messi pensando que en el fútbol, la suma de grandes cracks equivale a títulos, pero el proyecto naufragó y se dio cuenta de que un equipo es la suma de lo que cada jugador aporta para el colectivo, aunque ninguno tenga el talento de los mencionados.
Así fue contratado como entrenador el asturiano Luis Enrique, quien pacientemente fue armando un equipo completamente distinto, con muchos jugadores muy interesantes como Vitinha, Pacho, Fabián Ruiz, más los jóvenes Barcola o Doué, que hicieron mucho mejor a Ousmane Dembélé, un crack que pecaba por su discontinuidad y que ahora aspira, quizá, al Balón de Oro y no como extremo derecho sino como centrodelantero.
Los ejemplos de Inter y PSG, que aprendieron de sus derrotas pasadas tiene que servir ahora al Barcelona. Lo tiene todo para ganar. Le falta profundizar en los mecanismos defensivos, en un terminar de moldear un plantel más homogéneo, y, acaso, no arriesgar siempre con el achique, porque si bien es una buena fórmula, es muy arriesgada y siempre habrá quién la sepa contrarrestar. Pero son meros detalles. Es muy probable que este mismo plantel gane, en un futuro próximo, una Copa de Europa o, al menos, seguirá siendo protagonista.
Acaso su dirigencia, basada en el Inter o en el PSG, se dará cuenta de que a veces perder o ganar es muy relativo: a veces se pierde cuando se gana y se gana cuando se pierde y hay varios equipos que ganaron una vez y luego se cayeron porque no había ninguna red conceptual que los sostuviera. Y otros perdieron ayer para ganar mañana.
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