Los periodistas, hoy, ¿qué debemos celebrar?
Ayer, sábado 7 de junio, aquí en la Argentina celebramos el Día del Periodista. Una vez más no cayó café del cielo, pero igual celebramos. Nuestra cuestión es: ¿podemos celebrar? ¿debemos celebrar?
Celebremos, pero sin dejar de reflexionarnos. Que buena falta nos hace. La pregunta de salida es la misma que la del año pasado, o hace dos, o hace cinco años: Ser periodista, ¿qué significa? Hace un par de años, no más, esa pregunta nos sonaba casi obvia, pero se agudizaba por el hecho de estar emergiendo de una pandemia de alcance mundial. Cómo explicarlo: éramos periodistas con acompañamiento musical, pero no estábamos en el carnaval de Río de Janeiro, estábamos más bien, con presencia en la tragedia del Titanic.
A la vista está que las responsabilidades de nuestro oficio se han agravado. Hoy por hoy la tragedia del Titanic aparentemente ha quedado atrás. ¿Por qué ese "aparentemente"? Porque la tragedia del Titanic hoy es reemplazada por la tragedia que significa el apogeo del (neo)liberalismo. El (neo)liberalismo se ha sacado la careta y compite ferozmente para ver quién, desde lo que denominamos "de derecha", es más extremo. Hoy, y en medio mundo las internas se derechizan. Y una vez derechizadas, se sacan las caretas. Se compite por demostrar dureza, Se expande la crueldad. A ver, a ver quién es más cruel. Esto se compite. Y a ver quién es garantía de mucha más "mano dura". La penosa expresión "el que quiera andar armado, que ande armado" tiene eco y/o indiferencia justamente en el periodismo reinante.
Esto pasa aquí. Y pasa en Francia, y pasa en Italia, y pasa en España, y pasa en Gran Bretaña, y pasa en Italia. Increíblemente esto en la mismísima Alemania pasa. Cada día estamos desnucando colmos. Mientras tanto, vaya paradoja, aquí, se nos coló la celebración de las cuatro décadas de democracia sin interrupciones.
Lo hice en otros años y lo vuelvo a hacer en este: acudo a nuestro patrono, el tan fugaz Mariano Moreno. Y pongo otra pregunta en remojo: si Moreno hubiese nacido hace 40 o 50 años o 60 años, ya entrando al siglo 21: ¿tendría trabajo como periodista? Y más pregunto: Moreno, con su lucidez, con su temperamento ¿hubiera hoy llegado a cumplir los 40 o 50 o 60 años de su edad?
Un poco de memoria; por favor, recordemos: Mariano Moreno murió en un barquito cuyo destino era la Gran Bretaña. Todo ocurrió vertiginosamente. Tuvo una descompostura estomacal, le ardían demasiado las tripas, había tomado un tecito relativamente inofensivo. No hubo autopsia ni nada parecido. Un enigma, la verdadera causa de su patatús. Desde entonces se sospecha que su temprana muerte fue causada por ese tecito destituyente que le incendió las entrañas. Moreno, por joven y por periodista, era un tipo atrevido, incomodante, sin pelos en la lengua, y sin pelo en la pluma. ¿Por eso se recurrió a la persuasión de aquel tecito? Parece que sí: un buen té ¡y adiós Marianito! El patrono de los periodistas fue también un precursor de los desaparecidos. De aquel político pensador y periodista rescato un concepto cada día más vigente: "Es preferible una libertad peligrosa, a una servidumbre tranquila". Pero ojo, cuando Mariano Moreno escribía la palabra libertad quería significar eso, libertad.
Estos días nos invitan a mirarnos en un hondo espejo, para revisarnos como periodistas, en lo que hacemos y en lo que dejamos de hacer. No eludamos el peaje de la autocrítica. No seamos ingenuos: nuestra democracia no padece adolescencia, ni siquiera eso. Cumplidos sus 40 años, apenas si gatea, apenas si puede sostener la cabeza erguida, nuestra tan ofendida democracia.
Sigamos observando nuestro comportamiento: todo el tiempo reclamamos una dirigencia política mejor. Enarbolamos "la necesidad de diálogo y reconciliación". Criticamos la famosa "grieta", pero se lo hace (con perdón de los perros) ladrando ofensas. Con mala leche. A la desinformación se le suele añadir confusión alevosa, deliberada. A la incomunicación se la suele infectar con la (des)comunicación. Hay -demasiados- que siembran la necesidad de (des)memoria a la hora de analizar. Desmemoria, ¿es un sinónimo de impunidad?
¿Y qué ocurre con los periodistas (más o menos) estelares de nuestro tiempo? Desde la buena fe se supone que tienen una sola vara para medir, para criticar. El problema emerge con el uso que la mayoría de pavos reales le dan a esa vara. "Medir con la misma vara" se nos ha vuelto utópico. Y esto se agrava por ese descarado cultivo de la desmemoria, del negacionismo reinante. Desmemoria y negacionismo que garantizan la impunidad. Hoy, y hace un buen rato, el gobierno está a merced de un terceto de integrantes de una Corte Suprema que muy poco le queda de Suprema Corte. Hay tres poderes, decimos a coro: el poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder judicial. Solíamos decir que el periodismo era el cuarto poder. Pongamos los tantos en orden: el Poder judicial es el primer Poder. Sí, nuestra democracia gatea, apenas si gatea por las acciones y omisiones de ese Poder Judicial.
Sigamos con el incómodo espejo: todo el tiempo alardeamos con "buscar la verdad hasta las últimas consecuencias". Por favor, no nos engañemos: con demasiada frecuencia lo que se busca no es la "verdad" sino el "escándalo" que puede producir esa "verdad".
Y algo más: a menudo alardeamos con ser "objetivos", decimos que hay que "hacer escuchar a todas las campanas". Pero esto es una trampa, porque las campanas que se buscan no tienen el mismo volumen y porque, además, el orden de las campanas sí altera el producto. Con las campanas pasa como con la risa, la "campana" que argumenta última, argumenta mejor.
Esa, la de la "objetividad", es una de las mentiras más aceptadas y pueriles que se barajan en nuestra rutina. No puede haber objetividad cuando se hace de la sumisión y de la obsecuencia una costumbre.
Es hora de preguntarse cuánto han contribuido a ahondar la mentada "grieta" los medios y periodistas que denuncian y dicen lamentar esa "grieta".
Es buena la ocasión para reanudar una pregunta que he reiterado en esta columna a lo largo de los años: los periodistas, ¿somos realmente periodistas o somos sumisos partenaires, o somos dactilógrafos de los intereses de nuestras ocasionales empresas?
Más interrogantes: si no escribimos un castellano digno, si estamos en el (des)nivel de las abundantes carencias de Tarzán, ¿podemos considerarnos periodistas? ¿Acaso no atentamos contra la libertad de expresión cuando cometemos un lenguaje estreñido y plagado de gerundios?
Y a propósito de la tan mentada ética, ¿cómo anda nuestra ética de la sintaxis?
Y tanto que pontificamos sobre la corrupción, ¿cómo andamos por casita?
No le saquemos el poto a la jeringa. A ver, cómo respondemos a la siguiente pregunta: ¿En qué medida los grandes medios y sus periodistas somos o no responsables de la creciente analfabetización que sirve para disimular y consolidar el analfabetismo?
Por si no se entendió: la analfabetización es un modo del analfabetismo, modo muy sembrado.
¿Será suficiente con descansar en la comodidad de echarle todas las culpas a "los políticos" o a la tevé basura?
Pregunta muy incómoda: ¿No será que con la excusa de que somos simples empleados, rehenes del ganapan de cada día, nos resignamos a ser partenaires con demasiada facilidad? Damas y caballeros, ¿hasta cuándo nos vamos a esconder en la obscena coartada de la obediencia debida, o del "tengo que darle de comer a mi familia?"
Pero retornemos a aquel lúcido y corajudo Mariano Moreno que prefería la "libertad peligrosa". Sus palabras encajan en tiempos en los que el miedo se ha convertido en religión. Y en coartada ideológica. Respondámonos: ¿qué responsabilidad tiene el periodismo en esta construcción de la paranoia como ideología?
La paranoia analfabetiza, y paraliza, y extraña descaradamente y convoca a la Mano Fuerte. La paranoia es indiferencia activa, la que a su vez es ideología activa; de derecha, claro.
Hay temas primordiales que no podemos perder de vista como periodistas de nuestro tiempo:
Que la ecología debe ser mucho más que un temita de moda. (Se acabó la moda, nuestro mundo ya empezó a suicidarse).
Que el pan, si no es compartido, no es pan, es obscenidad.
Que el analfabetismo es muy grave. Y la analfabetización es una forma alevosa de genocidio.
Y ya que estamos: ¿Para cuándo el libro de la obediencia (in)debida en el periodismo?
Damas y caballeros: cada día, en ayunas si es posible, debemos recordarnos que la ética empieza por casa. Y la corrupción también empieza por casa.
Cerremos filas contra los buitres de afuera y los buitres de adentro.
Afrontemos los prodigiosos riesgos de una libertad verdadera, de una "libertad peligrosa", desechando la patética comodidad de una "servidumbre tranquila".
Seamos periodistas, comprometidos con la democracia, con la vida, con el aprendizaje de la extraviada solidaridad.
Si no somos eso seremos paupérrimos partenaires, mercenarios, meros dactilógrafos a sueldo, periodistas digestivos, eructantes. (Ojo, la digestión no debiera ser confundida con una actividad cívica).
Aunque no coincido con su dogma, adhiero a una frase del cura Leonardo Castellani: "Dado que el periodista tiene que decir algo, ¿por qué no dice la verdad de vez en cuando?"
Ojo al piojo: los periodistas somos trabajadores tan esenciales como los enfermeros, carpinteros, investigadores, bomberos, vendimiadores... A propósito: las vides están gestando los vinos venideros. Hoy estamos en plena pulseada. Recordemos: el momento más peligroso de esa pulseada sucede cuando nos creemos que la vamos ganando. Porque nos distraemos.
Posdata. Esta es la cuestión. Con paciencia (que no es resignación) esperemos el tiempo de descorchar los malbec debidos. ¡Salud, con solidaridad!
¡No le aflojemos! ¡El sol sigue contando con nosotros!
Algo más: cuando se nos vayan los humos a la cabeza, recordemos que ser periodista es algo que le puede pasar a cualquiera. Y que ser argentino, también le puede pasar a cualquiera. No nos creamos elegidos ni especiales. Después de todo ser periodista significa ser obreros de la verdad y de la sinceridad.
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Por Rodolfo Braceli, desde Buenos Aires