Experiencias de viaje

La aventura de viajar en tren por Alemania

Experiencias de nuestro enviado especial a la Liga de Naciones de la UEFA en el transporte alemán. Además, del aspecto deportivo contamos otras cosas que vemos.

Por Sergio Levinsky desde Múnich

Este cronista, con cuarenta y tres años de profesión, lo puede certificar: no hay como viajar, como estar en el lugar de los hechos. Nada es comparable. Pero también viajar ayuda a conocer mucho más de cerca una sociedad, su funcionamiento, sus costumbres, su cultura, el comportamiento de su gente en la diaria y no guiarnos por los preconceptos.

Días pasados, en Radio Jornada, conversábamos con el querido Luis Martínez sobre la puntualidad y la precisión de los transportes en Europa y este periodista puede asegurar que, efectivamente, es así. En Madrid o en Barcelona, basta con mirar Google Maps para saber a qué hora llega un autobús o parte un tren, para acudir casi con los ojos cerrados.

Si esto es así en España, qué decir de un país con mayor tradición de cumplimiento estricto de los horarios. De hecho, hace ya tiempo le hicimos en su casa de las afueras de Buenos Aires al exfutbolista Sergio "Ratón" Zárate, aquel magnífico extremo derecho de Vélez Sársfield, que jugó en la Bundesliga, y recordaba que en una oportunidad, no lo dejaron entrenarse con su equipo por llegar un minuto tarde (sí, un minuto) y cuando le consultamos si no podía insistir, nos respondió lapidariamente: "no hay con quién hablar. A la hora que se anuncia el entrenamiento, la puerta que da al vestuario se cierra con un mecanismo y ya no se puede pasar".

El jueves pasado tuvimos que viajar a Stuttgart desde Múnich, nuestra base de acción tanto en la pasada final de la UEFA Champions League como en la actual Liga de las Naciones, a punto ya de finalizar mañana. Hasta ahí, un hecho normal, casi anodino. Incluso, nada pasó: el tren salió en horario, y llegamos en horario, poco más de dos horas de viaje.

A la vuelta, imaginamos un mismo escenario. Teníamos el viaje de regreso, luego de haber cubierto el gran España 5 Francia 4 de semifinales, para las 13,59, con llegada a Múnich a las 16,10. Nos daba tiempo a descansar en la noche e incluso desayunar bien antes de viajar.

Cuando ya llegamos a la estación central de Stuttgart y revisamos nuestra aplicación del teléfono mientras desayunábamos en un chiringuito, notamos con sorpresa que había cambiado el horario de salida: el tren estaba retrasado una hora por lo que, siendo Alemania, daba para averiguar qué había ocurrido.

Como debíamos salir al aire por Radio Jornada, al menos la demora nos permitía estar en tierra una hora más y poder hacer el programa tranquilos, porque suele ocurrir que los trenes atraviesen túneles o zonas descampadas en las que el teléfono no funciona correctamente por falta de cobertura, y por eso avisamos que era el momento propicio para nuestro informe.

Justo en el momento en el que nos estaban por atender en la ventanilla de "Informaciones" de la estación, nuestra aplicación nos mostró que, otra vez, el tren se había retrasado una segunda hora. Ya la sorpresa fue mayúscula, pero, muy solícita, la empleada nos dijo que en 7 minutos saldría otro tren a Múnich, que no era el nuestro, pero que se permite utilizar cualquier tren de la empresa si es que uno ya pagó el boleto. Sólo perderíamos el asiento con pago extra, porque ya no era el tren original, aunque el sistema dice que hay que mirar qué asientos no tienen reserva y se puede tomar cualquiera de ellos.

Con sólo siete minutos, y el tren saliendo de la plataforma 14 de la estación y nosotros estábamos a la altura de la 1, y cargando una mochila con la computadora y distintos implementos, corrimos hacia el tren y con la lengua afuera, lo alcanzamos a 3 minutos de su partida y claro, ya casi no había asientos libres.

Conseguimos uno, casi por milagro, e informamos a la radio que todo había cambiado, que en lugar de estar en tierra viajaríamos en el tren y que no estaba garantizada una salida limpia, pero aquí apareció una nueva circunstancia: recibimos una reprimenda de una señora mayor que en alemán (traducido por su compañero de asiento) nos dijo de muy mala manera que en ese vagón no se podía hablar en voz alta. Miramos todos los carteles de la unidad, los de la prohibición de fumar, el baño, el referente a las comodidades para los bebés, pero nada que indicara lo que la señora nos dijo.

De todos modos, abandonamos ese vagón, salimos al aire en el espacio (amplio) entre dos vagones, y otra vez a la tarea de buscar asiento. Encontramos un vagón con varios libres y por fin, nos sentamos en uno pero a los veinte minutos llegó una controladora de billetes, le mostramos el nuestro del teléfono y le explicamos la circunstancia de que nuestro tren original estaba retrasado y nos dijo que entendía y que el sistema permite tomar otro, pero (ya aparecían demasiados peros) eso era primera clase, y mi paga correspondía a segunda (en verdad, la diferencia en esos trenes entre primera y segunda es casi imperceptible).

La consecuencia de este acto fue...salir a buscar nuevamente un asiento, caminando por los pasillos del tren, sin siquiera encontrar un lugar ni en el bar. Por fin, aparece uno perdido entre la multitud y ahí nos sentamos y juramentamos no movernos más hasta llegar a Múnich, pero (otra vez un pero), faltando unos veinticinco minutos para el fin del trayecto, y a cinco minutos de Ausburgo, el tren se para. Parece algo normal. Las caras de todos son de circunstancias. Sin embargo, comienzan a pasar los minutos y el tren sigue parado. Y van veinte minutos y sigue todo igual.

Por fin aparece alguien que, en alemán y por altavoces, de manera monótona, anuncia algo que no gusta, que genera expresiones de descontento y resignación. Pregunto en inglés qué pasó y desde atrás, alguien me cuenta que hubo un "accidente" unos metros más adelante y que, entonces, el tren no puede seguir hasta que no se despeje la zona.

Seguimos esperando, pero pasan otros veinte minutos y el tren no se mueve. Otra vez los altavoces, pero lo que dicen no gusta, aunque nadie cambia el semblante. Volvemos a pedir una traducción y nos enteramos de que el "accidente" es que una persona se arrojó del tren a las vías tratando de suicidarse y que, al intervenir la Policía, no podemos avanzar.

Le pregunto, entonces, al joven que ahora hace las veces de traductor ocasional si es común en Alemania que la gente se arroje para suicidarse y me dice que sí, que ellos están habituados, y que con los trenes eso ocurre a menudo. Le preguntamos, entonces, si se conoce cuáles son los principales motivos de tantos intentos de suicidio, pero nos dice que lo desconoce.

Le comentamos, entonces, que el tema del suicidio es muy interesante y que uno de los padres de la Sociología -carrera que hicimos en nuestra juventud en la Universidad de Buenos Aires- es el francés Émile Durkheim (1858-1917) quien estudió a fondo y llegó a clasificar los distintos tipos de suicidio, y que se trata de un hecho social y que está relacionado con la singularidad de cada sociedad. Nuestro interlocutor googleó a Durkheim y se detuvo en la lectura de su teoría.

Lo cierto es que el tren estuvo detenido por poco más de dos horas cuando, por fin, volvió a aparecer la misma voz monótona para indicar que en un rato saldría el tren, pero (otra vez el ya molesto "pero") no llegaría a Múnich sino que se detendrá definitivamente en Ausburgo, y que deberíamos descender allí con todas nuestras pertenencias y una vez en la estación, deberíamos tomar otro tren a Múnich en el andén número 4.

Como quisimos saber, nuevamente, qué decía el altavoz, pedimos una traducción, pero otra señora mayor nos gritó un shhhhhh estruendoso.

Al llegar a Ausburgo, en un viaje de cinco minutos, nos dirigimos con nuestro compañero de asiento (el interesado en Durkheim) al andén 4, a la espera del anunciado tren a Múnich, y tal como indicaba el cartel, que llegaría en diez minutos, así ocurrió, pero (otra vez el "pero"), aunque estaba completamente vacío, quitándonos las dudas de si nos sentaríamos por la cantidad de gente que iba a abordarlo (entre los del tren retrasado y los que venían desde antes), y paró donde estábamos, nunca abrió sus puertas y volvió a arrancar, dejándonos, en pampa y la vía. Nadie apareció a informarnos nada.

Un cuarto de hora más tarde llegó otro tren, más moderno, que sí abrió sus puertas y subimos en masa, pero (una vez más el "pero") alguien dijo algo desde adentro -un pasajero que ya venía en ese vagón- en alemán, y mi excompañero de viaje me dijo "tenemos que bajar, no es nuestro tren", algo que no alcanzamos a comprender. Muchos dudaban entre seguir o bajar, pero algo no andaba bien. La confusión era total y el tren ya iba a partir. Uno de los pasajeros tenía sujetada la puerta con sus manos para facilitarnos nuestro descenso porque ya la máquina se puso en movimiento, pero nos dijimos "ya esperamos demasiado, es hora de llegar por fin" y nos jugamos a quedarnos.

El tren partió y quien nos sujetó gentilmente la puerta para que bajáramos, nos explicó que ese tren no era uno alemán sino extranjero y que, de hecho, provenía de Viena, y que entonces, al no ser compatible con la otra compañía, deberíamos pagar una multa cuando llegaran a controlar los billetes.

Todavía no nos habíamos acomodado en los asientos -un grupo de franceses que fueron a ver a su selección, sí- cuando a los dos minutos de un viaje de no más de veinte hasta Múnich, llegó la controladora de billetes y claro, tanto los galos como quien esto escribe le explicamos lo sucedido, que hubo una confusión y que nos dijeron que debíamos tomar el tren a Múnich del andén 4, y que este tren va a Múnich y llegó al andén 4, pero no hubo manera de que nos entendiéramos. La controladora quiso cobrar los 25 euros y uno de los franceses se disponía a pagar con tarjeta de crédito desde su teléfono celular y para sorpresa de todos, el aparato de la controladora no tomó el pago y ella descubrió que no funcionaba y se retiró, por lo que nos salvamos de pagar.

Este cronista llegó cuatro horas más tarde de lo previsto pero, al menos, con la satisfacción de haber evitado el pago del tramo final, hasta que al descansar, por fin, y abrir la computadora se dio cuenta de que su tren original, el que fue aplazado dos veces (y luego, definitivamente cancelado) no era de una compañía alemana sino la misma que correspondía al tren que llegaba desde Viena, por lo que al mostrar su pasaje hubiera sido, de todos modos, eximido de pagar.

La única incógnita que quedó es el de saber exactamente qué ocurrió con ese suicidio que generó la demora, quién sería la persona que lo intentó, qué le sucedería para tamaña decisión, y qué es lo que ocurre en un país en apariencia tan preciso y en el que todo funciona, y por qué a gran parte de su sociedad parecería no interesarle.

Al día siguiente, en el centro de prensa de Múnich, consultamos a varios voluntarios sobre el motivo de tantos suicidios, algo que no supieron responder aunque reconocieron lo habitual del hecho, y al comentarles que buscábamos un medio donde leer la información sobre lo sucedido en la tarde de ayer cerca de Ausburgo, hubo una coincidencia total: no lo encontraremos en los medios porque eso no se publica. No vaya a ser que otros quieran copiarlo.

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