Julio Bocca, un argentino escueto, ignorante, famoso y comobailarín, mundial
Julio Bocca es un argentino insólito por una punta de razones. Una de ellas: se ha negado, siempre, a usar su fama para diagnosticar, para hacer sociología, para retratar la índole argentina. Esto que sigue es un pequeño fragmento de la biografía que escribí sobre Bocca, editada por Atlántida en 1995.
Nada que ver, Bocca, por ejemplo, con el locuaz Menotti. Nada que ver con el enorme tropezón político de Maximiliano Guerra. Bocca, a pesar de su descollante apellido y de ser argentino, es un tipo de muy pocas palabras. Un casi mudo. Un callado. Recuerdo que el episodio central de su consagración en Moscú me lo contó (para su biografía) en no más de diez minutos. El mismo episodio, su compañera Raquel Rossetti lo narró en casi cuatro horas. La mamá de Julio me dijo que su hijo le dio la gran noticia desde Moscú, por teléfono, así:
-Hola, mamá, soy Julio.
-¿Cómo estás, Julito?
-Estoy bien.
-Contame. ¿Y el concurso?
-Gané, mamá.
-¿Qué ganaste?
-La medalla.
-¡¿Pero qué medalla, Julito?!
-Y... la de oro.
En cierta ocasión, Julio, después de contarme de un concurso de pesca que había ganado junto a su entrañable abuelo Nando, entró en uno de sus pozos de silencio. Lo apuré, casi le exigí que siguiera hablando. Sucedió esto:
-... no puedo seguir, Rodolfo, casi me he quedado sin palabras.
-Buscalas, decilas, Julio.
-Digo dos o tres palabras más y listo, me rindo.
-Decilas, sacate esas palabras.
-A mi abuelo Nando yo lo quería y lo quiero mucho... Pero diciendo que lo quiero digo tan poco... Me da bronca.
-Pero, ¿qué te da bronca?
-Las palabras.
-¿Por qué?
-Porque las palabras no dicen nada.
"No puedo perdonar a mi padre..."
Qué difícil precisar el interior de Julio Bocca. A veces aparece como espantosamente tímido. A veces la timidez es la máscara de una lejana, profunda tristeza. El episodio de ese padre biológico que, según el decir de su abuela, se borró en la maternidad, es un enigma, pero también, de rebote, ayuda a definir a Bocca. Julio me dijo: "A mi padre lo vi, pero no lo conocí. ¿Lo vi o soñé que lo vi?" Luego de mucho escarbar, Julio reconoció que hubo de su parte una carta que nunca llegó a mandarle a su padre, cuando lo suponía vivo.
-¿Se puede saber qué escribiste en esa carta?
-No me acuerdo.
-Tratá de acordarte.
-No me acuerdo.
-Supongamos, entonces. Si hoy le escribieras una carta a ese padre tuyo, ¿qué cosas le dirías?
-Nada le diría.
-¿Cómo es posible tanto silencio? Después de todo, Julio, se trata del hombre que anda en tu sangre.
-Es posible porque así es. No siento nada por mi viejo.
-¿No lo extrañás?
-No lo extraño porque nunca lo tuve.
-¿Lo querés un poco, un poquito así?
-No siento que lo quiera.
-Entonces, por lo menos, lo odiás.
-Tampoco. No puedo odiarlo. Rodolfo, ¿hasta cuándo con este tema?
-Bueno, la cortamos. La última: ¿podrías intentar perdonar a tu viejo?
-No podría.
-¿Seguro que no, Julio?
-Seguro que no. No puedo perdonar a mi padre, porque tampoco me atrevería a juzgarlo. Odio juzgar y odio que me juzguen.
En el código de Julio Bocca esta última frase es otra de sus claves. Odia juzgar. Odia que lo juzguen. Vivir y dejar vivir es su lema.
Sinceridad escalofriante
Cuando uno lo ve a Julio Bocca lejos del escenario, se encuentra con alguien que desparrama su cuerpo, atravesado por el sueño o por la perpetua fiaca. Nunca se sabe bien si lo que hay en él es aburrimiento o tristeza. O, tal vez, las dos cosas. Pero cuidado, desde esos estados emergen latigazos de sinceridad muy fuera de los usos y costumbres. Tiene una fuerte tendencia a hacer lo que le da la gana. No es simpático ni se toma la menor molestia por parecerlo. Ejemplo: en 1988, gala en Copenhague, en el teatro Real -transmitida por televisión a medio mundo-: cuando llegó el momento de saludar a la reina Margarita, Julio Bocca se apareció con un jogging y zapatillas.
Otra de las suyas. En el abril de 1995 fuimos juntos a Córdoba a presentar el libro con su biografía. El recibimiento fue colosal. En el aeropuerto, en la sala VIP, aguardaban con ramos de flores decenas de niñas y jovencitas vestidas de bailarinas. Un rato después, naturalmente orgulloso, el organizador preguntó: "¿Y, Julio, qué le pareció el recibimiento de las niñas?" Silencio de su parte. "¿Le gustó, verdad?" Bocca respondió "No". Tratando de suavizar la situación le preguntamos por qué no. Y explicó: "¿Acaso yo llegué al aeropuerto vestido de bailarín? No me gusta que a las chicas las vistan así afuera del teatro". Bocca tal vez tenía razón, pero ¿quién se animaría a ser tan crudamente sincero en medio de una bienvenida en la que sólo se buscaba homenajearlo?
Entre el hermetismo y estos arranques de sinceridad es fácil darse cuenta por qué, para tantos, Julio Bocca es un insufrible. No, no es simpático. Y no porque sea fanfarrón sino por todo lo contrario: prescinde del carisma.
Ignorante sin disimulo
La sinceridad de Julio Bocca es llamativa no sólo cuando la ejerce hacia afuera; además lo es cuando la ejerce hacia adentro. También por esto podríamos decir que es un argentino insólito: no se manda la parte, no simula ser culto, no simula haber leído. Una tarde, viendo yo que no había biblioteca en su casa, mantuvimos este diálogo:
-Julio, lo bailaste, ¿leíste Don Quijote de la Mancha?
-No.
-¿Leíste Hamlet, algo de Shakespeare?
-No.
-¿Algún libro de Borges?
-No.
-¿Leíste Cien años de soledad?
-No. Ni cien ni noventa y nueve.
-¿Algo de Sábato, de Kundera. de Hemingway, de Cortázar, de Bioy Casares, leíste?
-Nada.
-Julio, esto va a aparecer escrito en tu biografía: ¿no te da un poco de vergüenza decir que no has leído a esos autores?
-Decirlo no me da vergüenza... Me da vergüenza no haberlos leído.
-Preferís ser ignorante antes que mentiroso.
-Seguro. Porque si mintiera diciendo que leí éste y aquel libro, aparte de un mentiroso al pedo, seguiría siendo lo que soy: un flor de ignorante.
En esa oportunidad Bocca me dijo un par de cosas más que podemos anotar como claves de su personalidad:
-Sí, me gusta decir la verdad, pero confieso que no estoy orgulloso de no haber leído mucho más. No está bien lo que está mal... Pero no pienso dármelas de nada. Además, mentir me produce un cansancio terrible en el cuerpo. Y no quiero sentir esa clase de cansancio.
Posdata. Argentino extraño, este Julio Bocca. Un callado, escueto, casi mudo. Él me lo dijo: "Las palabras me hacen doler el estómago. Me da bronca eso". -¿Por qué te da bronca eso? -Porque las palabras no dicen nada.
En su momento hablaba con su cuerpo; como los pájaros él se colgaba, quedaba suspendido en el mismo aire. Tenía razón: las palabras no dicen nada.
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Desde Buenos Aires, por Rodolfo Braceli