Opinión

John Berger, alguien que ya no ganará el Premio Nobel de literatura

John Berger se nos fue y no le dieron el premio Nobel de literatura. Y vaya si lo merecía. Hoy no es aniversario de nada, pero estamos en octubre del año 2025 y siento la necesidad de recordar a este escritor lúcido y entrañable, extraordinario en realidad.

Para eso recupero lo que escribí en Página 12 y después en un libro, El error de tener frío. A ver, ¿Quién fue Berger? Fue un escritor genuino que pronto bajó al mundo de los que hacen el pan y hacen el amor con el mismo sudor. A ese mundo que velozmente desaparece, más que a mirarlo con los ojos, se puso a escucharlo y a olerle los sudores del amor y de los sufrimientos y de las intemperies. En esa aventura, siempre desde lo entrañable, descubrió que en el mundo todos somos iguales; pero existen por millones algunos, menos iguales. Al mundo lo dividió en dos: el de los humanos que huelen a trabajo y el de los higiénicos humanos que impostan su olor; huelen a desodorante. Muchos antes que eso Berger advirtió que "el trabajo huele a vinagre".

Escuchando, este hombre descubrió que "cuando el hacha entra en el bosque, los árboles se dicen: ¡Mira, el mango es uno de los nuestros!"

En cualquier noche vio a un pastor caído por una trompada; ese pastor, con todo el cielo arriba, aprendió que las estrellas son indiferentes a los conflictos entre humanos. Atravesando los misteriosos eslabones de la rueda del vivir supo que si se pudiera dar un nombre a cada cosa que sucede, sobrarían las historias, estarían de más. Estaba persuadido de que la vida, la vida de aquí abajo, "suele superar a nuestro vocabulario. Falta una palabra y entonces hay que relatar una historia."

Cierto día Berger, John Berger, no tuvo la palabra necesaria para lo que su imaginación desataba, y entonces escribió sobre un campesino que estaba en el pajar desnudo de la cintura para arriba; su carne sin sol parecía la de un hombre y la de un niño... Es Berger, ese John Berger el que ya mismo nos está contando; escuchémoslo:

"Terminado el ordeño, entró en la cocina... allí la quietud y el silencio eran totales. Sacó una silla de debajo de la mesa, se sentó y se puso a llorar. Con el llanto iba inclinando la cabeza hacia adelante hasta que tocó con la frente el hule. Es extraño cómo los animales reconocen los sonidos del dolor. El perro se acercó por detrás y, levantándose sobre sus patas traseras, apoyó las de adelante sobre la espalda del hombre".

El hombre con la frente sobre el hule "lloró por todo lo que no podía volver a suceder. Lloró por su madre haciendo buñuelos de patatas. Lloró por ella podando los rosales del jardín. Lloró por su padre gritando. Lloró por el trineo que tenía de niño. Lloró por el triángulo de vello entre las piernas de Zuzanne, la maestra. Lloró por el olor de una mujer planchando sábanas. Lloró por el puchero de mermelada borboteando en el fogón. Lloró por su granja, en la que no había niños. Lloró por el sonido de la lluvia cayendo sobre las hojas de rubarbo y por su padre vociferando: ¡escucha eso! Lloró por el heno que quedaba por segar todavía. Lloró por los cuarenta y cuatro años que habían pasado y lloró por él mismo".

Ese hombre narrado por Berger, que vio en unos segundos toda su vida, ese hombre ahora sin padre ni madre, mujer no tenía; sintió que hijos ya no iba a tener, nunca.

Posdata. Es posible que cuando Berger enumeraba esos sentimientos narrando el llanto atravesado de lucidez de ese hombre tan desoladamente solo, sin darse cuenta, también él, John Berger, tejiendo esa escritura, llorara en voz alta...

Y es posible también que la mujer de Berger anduviera por ahí cerca. Ella lo habrá visto sacudirse, temblar como una hoja sometida a la lluvia, inclinarse hasta apoyar la frente en el teclado de su máquina de escribir; ella le habrá escuchado el llanto, al escritor... un llanto tan hondo, tan mojado como el de su personaje.

Démoslo por sucedido: la mujer del escritor vio lo que vio y escuchó lo que escuchó, entonces tuvo el impulso de correr para abrazarlo a Berger, pero se contuvo; quieta, en silencio, ella se quedó mirándolo y escuchando apenas en el umbral.

(A veces pasa,

el escritor llora

y él se cree que nadie lo ve.

Desguarnecido está.

Vulnerable está.

Desolado, sin sol.

Nada le importa en ese momento, no haber ganado

el mentado premio Nobel de literatura).

Estamos en el año 2025después del sufriente Cristo. John Berger, como Borges y otros, ya no será galardonado por el premio Nobel de Literatura. Pero eso no tiene la menor importancia.

* zbraceli@gmail.com /// www.rodolfobraceli.com.ar

Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires

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