Dejemos ya de mofarnos de la Pachamama: es la madre que anida la Tierra
Sucedía el mes de julio del 2018. Pasado el mediodía yo compartía la mesa de un cafecito de la peatonal. Éramos cinco allí. De repente brotó el tema de la Pachamama. El caso es que uno de los cinco, al pronunciar "Pachamama", se apretó las fosas nasales...
...se apretó las fosas nasales, como quien se defiende de algo hediondo. Su gesto no disimulaba una fuerte carga discriminatoria. Sin pensarlo, digamos que se me escapó un piñazo dirigido al conciudadano de nariz selectiva y provocadora. Pasó el tiempo con sus años. Reconozco que estuve mal: quise persuadir desde la violencia. En realidad estuve muy mal. Además le escapé fiero, con esa piña sin pedir permiso apenas si le rocé una oreja al varón que había clausurado momentáneamente sus fosas nasales. Por otra parte, con los años he aprendido que mejor que una piña sangrienta es persuadir con una buena patada en el culo. Decía sobre el particular el sabio Serafín Vistalba: "Hay patadas en el trasero que son ¡didácticas!"
Semanas después escribí una columna, pero sin aludir al incidente. Ahora retomo aquel texto intentando algunas reflexiones. Y digo: el planeta se va (por derecha), derechito a la mismísima Nada. El impiadoso neoliberalismo, encarnado en los exitosos países del Primer Mundo, está suicidando al planeta entero. Mientras -cantados de risa-, nos mofamos de "el hediondo indio ese". No hay caso, la sola celebración de la Pachamama nos remite al supuesto mal olor de los pobres.
Pregunta: ¿Quién es "el hediondo indio ese"? Se llama Evo (por Evita), Evo Morales. Pido por favor que las eventuales lectoras y lectores tengan a bien prestarle atención a una ley promulgada en Bolivia en el octubre del año 2012. Se trata de la Ley Marco de la Madre Tierra y Desarrollo Integral para Vivir Bien. Según esa Ley, "la Madre Tierra (la Pachamama) tiene derechos". La norma prohíbe la concentración de la propiedad de la tierra y el latifundio. Y prohíbe la multiplicación despiadada de la riqueza mediante el uso de transgénicos. Además establece un "fondo de justicia climática". Considera a la Tierra algo a defender, algo "sagrado". ¿Por qué? Sencillamente porque la tierra nos alimenta y porque es "el hogar que contiene, sostiene y reproduce a todos los seres vivos, los ecosistemas, la biodiversidad, las sociedades orgánicas y los individuos que la componen. En este contexto se reconocen los derechos de ella, la Madre Tierra". Nada menos.
Algunos detalles de la Ley: prohíbe absolutamente "la conversión de uso de suelos de bosques a otros usos en zonas de vida de aptitud forestal. Y establece mecanismos de mitigación climática, incluye reducciones que eviten la emisión de gases de efecto invernadero." (Para saber más sobre esta norma jurídica estatal se recomienda leer los escritos de René Orellana Hallver y Diego Pacheco Balanza.)
Observemos: la ecología es algo que en el Primer Mundo se parlotea de la boca para afuera. Sólo importa del umbral de sus casas (los países) para adentro. Algo así como: "Después de mí el diluvio. Que revienten los que vengan atrás." Pavorosa evidencia: para las sociedades altamente "civilizadas" el mundo no es un hogar, es un hotel de paso, ajeno; con impunidad podemos desperdiciar el agua y pisotear las toallas. Ejemplos de la violación del medio ambiente tenemos a patadas: desde las pasteras hasta la fabricación de autos con escapes envenenadores de los aires.
La ecología del Primer Mundo está pensada y administrada con el alevoso corazón del bolsillo. El primer mundismo se (des)vive ensimismado, muy distraído, para sostener a cualquier precio la ilusoria "burbuja financiera". Pero resulta que el menospreciado "Mundo del patio trasero" de pronto nos ofrece ejemplos (sí, ¡ejemplos!) preciosos. Como el de ese paisito llamado Bolivia, paisito del que siempre nos mofamos, y despreciamos. (Por ejemplo, apretándonos las fosas nasales). En Bolivia se usa muy poco la palabra ecología, se usa en cambio la palabra Pachamama. Una palabra vivenciada. Quiero decir que en la sufrida Bolivia (tan saqueada desde el fondo de la historia) la ecología no se declama, se vive desde el amor a la tierra, sin esnobismo.
El mundo entero -el mundo supuestamente civilizado- debiera darse por enterado: ya entrados a la segunda década del siglo 20, en la Bolivia entonces presidida democráticamente por Evo Morales, se elaboró "una ley que considera a la Madre Tierra un sistema viviente." Nada menos. La ley promulgada "crea la Defensoría de la Madre Tierra, la cual detalla cómo se debe vivir en armonía y equilibrio con la naturaleza".
Un detalle más: esa Ley declara que los delitos relacionados con la Madre Tierra son "imprescriptibles". Con esto, Evo Morales, "el hediondo indio ese", a través de una Ley tan lúcida como conmovedora convirtió a Bolivia en una secreta capital del mundo: en un sitio donde se explicitan los derechos concretos de la Madre Tierra o Pachamama; entre ellos, el derecho a la vida, a la diversidad, al agua, al aire limpio, al equilibrio, a la restauración y a vivir libre de contaminación.
Bolivia, tan sufrida, tan arrasada, siempre heroica; Bolivia, ombligo de la suramérica indolatina, nunca se dio por vencida. No tiene complejos de inferioridad. ¡No usa desodorantes! No güevonea con peroratas sobre el medio ambiente. Y en su momento, en el diciembre del 2010, se opuso a las coordenadas y acuerdos (cómplices) que se anunciaron durante la cumbre climática de las Naciones Unidas celebrada en Cancún, México. En ese entonces Bolivia consideró que las medidas anunciadas eran puro maquillaje, sólo para salvar apariencias y tranquilizar conciencias. Bolivia sin vueltas pidió que los países superdesarrollados se comprometieran a "reducir -antes del año 2020- la emisión de gases de efecto invernadero".
Mientras la mofa de los autodenominados civilizados continúa, la degradación del planeta cabalga alevosa, obscena. A la dirigencia de los países centrales aquello de la "Pachamama" les importa menos que una curiosidad turística. Y las señoras muy aseñoradas y los señores muy almidonados siguen con sus viditas, custodiadas por la hipocresía de los desodorantes, contrayendo matrimonios para perpetuar (¿o perpetrar?) la especie. Cuando se casan, con toda naturalidad se conceden un anillo matrimonial. A los futuros infelices ni se les ocurre considerar que esos anillos están hechos con oro. Y el oro proviene de las entrañas de la tierra. No están enterados que para conseguir el oro que necesita cada anillo se requiere por los menos de 8.000 litros de agua.
Pero ya les vendrá... ¿Les vendrá qué?
Les vendrá -nos vendrá-, el día en el que, para pagar cinco litros de agua bebible, no alcanzará el valor del anillo de oro que los civilizados usamos en el anular de la mano izquierda. Por ahora.
La ley de la Madre Tierra debiera ser imitada ¡y aprendida con urgencia!, por todos los países de la tan violada Tierra. Esto, si es que queremos frenar el veloz suicidio de este planeta que por el carril de la derecha se va derechito a la mismísima Nada.
Posdata. Vuelvo al comienzo. No, no está nada bien andar por la vida argumentando a los piñazos. Se empieza con piñas y se termina con misiles, o con bombas atómicas preventivas, arrojadas "para conseguir la paz más pronto". Como se dijo después de Hiroshima y Nagasaky. Ya que estamos en las fechas, celebremos el mes de la Pachamama. Celebremos con la alegría alumbradora de la conciencia. Recordemos: la tierra entera es una madre. Una madre para todos y para todas y para todes. Ojo al piojo: basta ya de abusar: la madre, nuestra madre, el día menos pensado puede hartarse y perder la paciencia. Y adiós madremía y adiós madretuya y adiós madrenuestra. Adiós, madre, que estás en el sagrado corazón de la tierra.
* zbraceli@gmail.com === www.rodolfobraceli.com.ar
Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires
___________________________________________________________________________________ Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.