Opinión

Aníbal Pichuco Troilo era un bueno; era como el pan bien repartido

No murió nunca, este hombre. Pero nació una vez. Tenía fama de ser bueno como el pan bien repartido. Aníbal "Pichuco" Troilo no murió a ninguna hora, ni murió ningún día. Voy a reanudar conceptos de lejanas columnas.

Cesó su respiración, según la matrícula de defunción 36942, a la cero hora, entre el día 17 y el 18 de mayo de 1975. Es como si los minutos y los días no hubieran querido hacerse cargo de semejante tristeza. Un pedazo de pan bueno, eso era a cualquier hora. En dos oportunidades estuve cerca de este músico señalado por la gracia de algún dios que, si no existe, debiera existir a estos efectos.

Para todos, para quién no, haber visto, haber rozado, haber oído en vivo a Pichuco, es algo imborrable. Estuve con Pichuco en dos momentos. Primero fue como espectador, durante un viaje fugaz que yo había hecho a Buenos Aires, en 1967. La segunda fue como periodista, en los traseros del Colón, en 1972, haciendo aquella vez el que sería uno de los reportajes más insólitos de mi vida. En esta oportunidad decidí guardarme la segunda parte de la entrevista por razones que hoy sí puedo compartir, y seguro serán comprendidas. Pero vayamos por partes.

l. Pichuco, con una sola pantufla

Julio del 67. Se juntaba todo: era una noche de invierno, era un jueves gris, era muy tarde, ni llovía ni dejaba de llover, habíamos ido a cenar con don Paco Bermúdez (el profesor-mánager de Cirilo Gil, Nicolino Locche, Carlos Aro y otros estilistas de la mejor sintaxis del pugilismo). Ernesto Cherquis Bialo (por entonces comentarista de boxeo) nos quiso agasajar, porque nosotros veníamos de Mendoza. Después de cenar fuimos a ver y escuchar a Troilo. Entramos en un sitio en penumbras, había allí no más de veinte personas distribuidas en unas siete mesas. Lo recuerdo con nitidez: Troilo estaba tocando "Danzarín". Nos ubicaron muy cerca de él, a unos cuatro metros. Enseguida me asombró que Pichuco en un pie llevara un zapato lustroso, de charol. Y en el otro una pantufla de lana, con la punta cortada por donde asomaban sin obstáculo los dedos. Un rato después cuando lo fuimos a saludar nos explicó: Tengo una amiguita que está más conmigo que Zita... la gota es mi amiguita, no me suelta en mi casa ni me suelta cuando vengo a trabajar.

El Troilo de esa noche me impactó, porque estaba tan cerca, porque se dejaba dar la mano por todos, porque ponía su labio superior sobre el gordo labio inferior cómo sólo los bebés pueden hacerlo. Me dio la sensación de ser alguien sedante para todo aquel que lo rozara o que simplemente se le acercara. Ese tiempo detenido que solemos notar en los habitantes del altiplano boliviano o del Cuzco peruano, ese tiempo aquietado y sin el menor oleaje, me pareció verlo, sentirlo, en este hombre sin embargo siempre portuario, urbano, nacido en el mismo Abasto porteño.

De traje y corbata, de zapato y pantufla, Pichuco nos saludó diciendo muchas gracias por haberse venido hasta aquí con este frío de la gran siete que hace.

2. Año 1972, agosto. El Colón esa noche se abrió para una velada protagonizada por los intérpretes excelsos del tango. Era el jueves 17. Se presentaban, entre otros, Florindo Sassone, el Polaco Goyeneche, Edmundo Rivero, Horacio Salgán, el Sexteto Tango, Astor Piazzolla y Aníbal Troilo. Desde las siete de la tarde anduve por allí, merodeando detrás del escenario; en los camarines, viendo detalles y conversando con los grandes en un recital que se prolongaría hasta bien pasada la medianoche. Recuerdo a Horacio Salgán tocando el piano completamente solo, en su camarín, calentando sus dedos. Un fotógrafo lo tomó de espalda. Salgán dejó de tocar, se puso de pie, le dijo muchas gracias, se sentó y siguió tocando. Después me daría cuenta de que los viejos tangueros, menos Piazzolla, daban las gracias cada vez que se les tomaba una foto.

Entré en el camarín de Troilo. Le extendí la mano para saludarlo, pero él, aparte del apretón, rápido prefirió el beso. Estaba dándose aire con un pañuelo, aterrado por el calor de la calefacción. Me dijo dale nomás, preguntame lo que quieras, pibe; y arrancó sin esperar mi primera pregunta:

-Me habían dicho que el Colón era como una ciudad, como un mundo aparte: ahora me doy cuenta que tienen razón: afuera en la calle es invierno y aquí adentro es verano. Han prendido todas las hornallas. ¿Quedará muy mal que me saque el saco?

-¿Es cierto que usted nunca actuó en el Colón?

-No, nunca pude actuar aquí. Sólo una vez, hace como veinte años toqué, pero como parte de una orquesta de cuarenta músicos. Toqué desde el foso, al escenario nunca subí.

-Hay muchos que están escandalizados porque el tango entra esta noche al Colón. ¿Qué piensa de eso?

-Con el debido respeto, yo digo que el tango es música. Hay tango bueno y tango malo. No hay motivo para que el tango, siendo bueno, no pueda estar un rato aquí. Es lo que yo pienso, sin ánimo de ofender a nadie; con el debido respeto.

-¿Le molesta si le hago algunas preguntas más?

-Tranquilo, te respondo con todo gusto... Si querés, te cuento lo que me sale más fácil de tanto decirlo.

-Sí, cuénteme.

-A mi primer bandoneón me lo compraron en un boliche de Córdoba y Azcuénaga. Ciento diez o ciento cuarenta mangos me lo fajaron. Nunca lo terminamos de pagar; no sé qué paso, creo que el tipo del boliche se mandó mudar, se murió, una cosa así.

-En una noche como ésta, ¿quiénes le hubiera gustado que lo acompañaran?

-Mi primer maestro de música, Juan Amendolaro y mi mamá, que se llamaba Felisa y mi papá también, claro... y Ciriaco Ortiz y una punta de amigos, y el Charro Moreno y Pedernera. Aunque creo que Pedernera esta noche viene, creo que está en la fila tres. También me gustaría que estuviera Bernabé Ferreyra, y un millón de tipos más. ¿Vos sabés quién fue Bernabé?

-Un tremendo goleador de Ríver.

-Ah, sabés de fútbol. Bernabé fue el asesino más bueno del mundo. Pateaba y hacía agujeros en las redes.

-Sin querer, recién escuché que Piazzolla le decía a usted que habría que terminar con los cantores en veladas como esta. ¿Coincide con eso?

-No estoy de acuerdo, pero para qué lo voy a contradecir a Piazzolla... Para mí los cantores son parte de la orquesta. El cantor es otro bandoneón, otro violín, otro músico de la orquesta. Si no fuera porque tengo papel de lija en la garganta yo me hago cantor. Pero no, mejor dejémoslo así: toco sentadito. ¿Tomás un whisky conmigo, pibe?

-Le acepto. Muchas gracias..

-Te digo, pibe, que hace bien el whisky. ¿Por qué te creés que yo tomo? Por el reuma, pibe, por el reuma.

-Antes de venir, el veterano periodista Osvaldo Ardizzone me dijo que le pidiera permiso para pasarle la mano, para acariciar a su bandoneón, a su Doble A. ¿Puedo?

-Pero claro que podés. Querido... ahí lo tenés. Fijate que manso es mi bandoneón.

(Y ahí lo tengo, y lo rozo al Doble A. No sé si esta escena duró cuarenta segundos o diez minutos. Pierdo completamente la noción del tiempo...)

-Ardizzone me dijo que con sólo rozar su bandoneón uno se enfermaba para siempre, es decir, se volvía bueno para toda la vida. Usted, Pichuco, tiene fama de ser el hombre más bueno de la Tierra.

-Todos somos el hombre más bueno de la Tierra.

-Pero... algunos malos quedan sueltos.

-No te equivoqués, pibe: ya vas a ver que los malos vuelven a ser buenos. Esperáte un poco, ya vas a ver...

-¿Cómo hace para vivir un hombre, como usted, con tantos amigos?

-¿Cómo haría yo para vivir si tuviera un solo amigo menos? Yo soy de mis amigos: a ellos les doy mi casa, mi música, mis tucos a veces; todo. Sólo me guardo la tristeza.

-¿Guarda mucha tristeza?

-Cada vez más tristeza.

-¿Qué lo pone triste?

-Eso, lo que dijiste, los amigos: cada día me entero que se mandó mudar uno y después el otro y después el siguiente... A veces se me da por quedarme en casa y Zita me quiere sacar a dar una vuelta y yo le digo que no. Le digo que no porque tengo mucho miedo de salir a la calle y de no encontrar a más nadie, ni al diariero.

-Así es la vida.

-Así es la vida: triste. ¿Por qué tendrá que ser triste la vida, decime? Y no me estoy quejando; pregunto nomás, con el debido respeto. ¿Y? ¿Tu whisky, pibe? No me vas a decir que el whisky no te gusta. Si tiene virtudes medicinales; lo han empezado recetar para el cuore.

-Lo acompaño, ya mismo me lo tomo.

-Cómo se ve que vos no sufrís del reuma; si no, ya te lo hubieras tomado hace rato. Pero bue, nunca es tarde.

(Eran las ocho y media de la noche, pasaron un par de horas. Seguí dando vueltas por los camarines y por atrás del escenario mientras avanzaba el recital de los máximos tangueros. A las diez y media más o menos, Antonio Carrizo (el presentador de la velada que en uno de los palcos tenía como espectador al general -presidente en ese momento- Alejandro Agustín Lanusse), me arrimó a Pichuco y le dijo que yo era periodista. Troilo me extendió la mano y me saludó con un beso, como si no nos hubiéramos visto ni un par de horas antes ni nunca. No sólo eso: me invitó entrar a su camarín y me dijo otra vez dále nomás, preguntame lo que quieras, pibe. Me lo dijo tan como la primera vez, que yo me dejé llevar, y entonces le pregunté, yo otra vez, si era cierto que él, Pichuco, no había actuado nunca en el Colón. Y me respondió que hace como veinte años toqué, pero como parte de una orquesta de cuarenta músicos... en el foso... Y magnetizado por ese candor seguí preguntándole prácticamente lo mismo, calcado, lo que un rato antes. Y preguntas y repuestas fueron sucediéndose, otra vez, por primera vez, idénticas.

Posdata. En el año 1972, cuando escribí mi reportaje, esta segunda parte, calcada, opté por no contarla. Me dio miedo que el enanismo nuestro de cada día juzgara a ese Aníbal Troilo como el consumidor que, en un par de horas, había cambiado de galaxia sin dejar de estar a nivel del mar.

Medio siglo después hemos sumado y cumplido años. Pero no sé si hemos crecido lo suficiente como para recibir a los otros sin el cómodo dedito de acusar. No sé.

Fuera de eso, ahora sólo se me ocurre considerar que en esta galaxia, la supuestamente real, hay organismos que son documentos de identidad. Y hay (menos) organismos que son ciudadanos. Y hay (muchos menos) organismos que son personas. Y hay, por fin (menos que menos) organismos que son seres. Asimismo, hay seres que son de carne y hueso y sangre y pelo. Y hay seres que son de puro intestino. Y hay seres que son nada más que de hígado. Y hay seres, unos pocos, que son de puro corazón.

No de carne y hueso y esas cosas, / Aníbal Carmelo Troilo sólo era de corazón./ Cuando tocaba lo tenía todo resuelto: / Cerraba sus ojos, aspiraba hondo, apoyaba su labio superior sobre el inferior y desplegaba sobre sus rodillas a su Doble A. Es decir, desplegaba a su otro infinito corazón.

* zbraceli@gmail.com /// www.rodolfobraceli.com.ar

Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires

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