AFGANIST脕N: LA INCOMPRENSI脫N DE OCCIDENTE
Por Roberto Follari, Especial para Jornada
El poder pol铆tico cay贸 deslegitimado, lleno de corrupci贸n: el presidente huy贸 con cientos de millones de d贸lares. En veinte a帽os se mostr贸 que el poder colonial no pudo reconstruir alg煤n r茅gimen pol铆tico leg铆timo. Por el contrario, se devolvi贸 a los talibanes su previa legitimidad perdida.
Talibanes que fueron uno de los desprendimientos de los muyaidines que Estados Unidos prepar贸 para luchar contra la invasi贸n sovi茅tica en los a帽os ochenta. Que protegieron a Bin Laden, quien previamente hab铆a sido socio 鈥搗铆a su familia- de la familia Bush, con la cual ten铆a intereses petroleros en com煤n. Un serie de entrecruzamientos que muestran que rara vez el imperio del Norte supo qu茅 hacer con culturas con las que nada tiene en com煤n, a las que pretende 鈥搒in embargo- marcarles por la fuerza el camino.
Ahora aparece el gobierno talib谩n, en gran medida fruto necesario de la ocupaci贸n extranjera, esa que ha sabido quitar de encima al pueblo afgano. Un pueblo pobre, dividido en diversas etnias y tribus, que vive de la exportaci贸n del opio o de los restos de la misma, pues los beneficios son para unos pocos propietarios y mercaderes.
Los talibanes no representan a todas las etnias, tampoco necesariamente a las mayor铆as nacionales. S铆 a la necesidad de expulsar a los invasores y terminar con la corrupci贸n. Y desde ese punto de vista, parte de la reacci贸n occidental suena sin dudas extra帽a.
Es que sin dudas hay que presionar por los derechos de las mujeres, y por la salvaguarda en general de los derechos humanos. Pero tambi茅n es cierto que las fuerzas estadounidenses y sus aliados locales, a menudo atropellaron los derechos humanos de los pobladores afganos sin que a nadie le importara: parece que las violaciones occidentales eran aceptables, las de los talib谩n inadmisibles. Y no es buena esa doble vara: todas las violaciones deben ser evitadas y 鈥搒i no se puede lograrlo- luego investigadas, llevadas a juicio y sancionadas. Las de antes y las de ahora.
Algo de esto ocurre en relaci贸n a la situaci贸n de las mujeres. Decididamente, hay que exigir desde el plano internacional que se respeten sus derechos. Pero no deja de advertirse un margen de particularismo occidentalista en la petici贸n, que alguno podr铆a tildar de colonialista: no todas las afganas detestan las burkas, no todas entienden sus derechos del mismo modo que aquellos y aquellas que quieren defenderlas, pero sin preguntarles a ellas mismas (es lo que apunta un texto de la revista Anfibia, 鈥溌縏enemos que ayudar a las afganas?鈥). Sorprende que sectores del progresismo no adviertan el fuerte dejo etnoc茅ntrico de muchas apelaciones que encontramos en estos d铆as, que se enfervorizan contra los talibanes de tal modo, que quedan entrampados en la l贸gica binaria: parecen llamar a restaurar el dominio occidental, aparecen como defensores de la ocupaci贸n extranjera. Muchos claman en protesta porque Estados Unidos se haya retirado, dejando as铆 鈥揺ntienden- inerme a la poblaci贸n local ante los talibanes. Como si 茅stos pudieran haber derrotado al ej茅rcito extranjero y a las fuerzas de seguridad locales sin ning煤n apoyo social, y como si los fracasados 20 a帽os de ocupaci贸n militar no hayan sido el caldo de cultivo para la restauraci贸n talibana.
Que la protesta y presi贸n leg铆timas para con el nuevo gobierno a fines de defender derechos, no se transformen en una visi贸n euroc茅ntrica de lo que debe hacerse en Afganist谩n, a la vez que en una impl铆cita relegitimaci贸n de la ocupaci贸n colonial estadounidense. Ciertos llamados, por ejemplo, a la necesidad de que todo Estado sea laico, muestran rotunda ceguera frente a la singularidad de una cultura campesina y preindustrial. Tratemos de limitar las intervenciones a la sola defensa de los derechos humanos, y no dejemos de advertir que estos han sido conculcados tambi茅n en estos 20 a帽os, s贸lo que cuando los perjudicados no eran personas blancas, de la capital y cercanas a Occidente, esto pasaba desapercibido para todos.-
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