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90 años ¡y Carlotto continúa!

24/10/2020 20:54

Estela Carlotto el pasado 22 de octubre celebró sus 90 años desde el precioso día en el que nació. Los 22 de octubre se celebra, además, el Día Nacional por el Derecho a la Identidad

Por Rodolfo Braceli, Especial para Jornada. Desde Buenos Aires*

Las Madres Abuelas de Plaza de Mayo, a la vista está, han instaurado la costumbre de atravesar el umbral de los 90 años y varias entre ellas la costumbre de asomarse a los 100 años, al siglo de vida. Rosa Roisinblit, vicepresidenta de Abuelas tiene ¡101 años!

    La hazaña del almanaque biológico se explica porque ellas, cultoras de la ciencia de una paciencia que nos es resignación, tercas, inoxidables, porfiadas, buscan y buscan y buscan a centenares de nietos que durante la dictadura violadora fueron secuestrados en sus identidades, afanados desde la placenta. Ya recuperaron 130 nietos. Pero insisten por los 300 que siguen secuestrados, sin saber ni cómo se llaman. Entre los nietos recuperados está el de Estela, es el “114”,  vivió 36 años sin conocer su identidad. Hoy su DNI dice que se llama Ignacio Montoya Carlotto.

    En 1999, hace ya 21 años, publiqué el libro “Madre argentina hay una sola” (Editado por Sudamericana). Un capítulo de ese libro estuvo dedicado a Estela Carlotto. Voy a compartir ahora unas pocas líneas:

   “No imaginaba el poeta Francisco Luis Bernárdez, cuando escribió La ciudad sin Laura,hasta qué punto iba a estar sin Laura la ciudad, el país, el mundo mismo. Porque Laura, nuestra Laura, fue arrancada de la vida por esos que el mismo día de sus crímenes se mandan una comulgada y a continuación salen nuevamente a su rutina de hacer la muerte contra natura. A Laura la pasaron por la tortura, le arrancaron la vida y en ese trance le robaron el hijo que salió de sus entrañas.

    Aunque suene pueril, hay que decirlo otra vez: no siempre basta asesinar para matar. En todo caso, no siempre la muerte se sale con la suya. Porque si porfiados son los asesinadores, no menos porfiados son los vientres de las madres abuelas que buscan entre millones de rostros desconocidos el rostro del nieto robado. Lo de ellas es algo así como encontrar una determinada arenita en el océano desmesurado del desierto.

   “Estela Carlotto, presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, en el enero de 1999 está buscando. Y está ayudando a buscar. Serena, implacable, ella busca sin feriados, sin fiestas de guardar.

–Estela, vayamos por su Laura.

–Laura fue la primera de mis cuatro hijos. Hija muy soñada desde lo idílico, desde lo romántico del noviazgo. Porque con mi marido siempre pensábamos en una hija y en llamarla Laura. Con Guido nos pusimos de novios muy jovencitos, un noviazgo lento, protocolar… Siempre soñábamos, cuando nos casamos nos propusimos esperar tres años para tener hijos, pero Laura llegó al año y fue Laura… Nació el 21 de febrero de 1955, en pleno carnaval. Yo me sentía tan bien que fuimos a bailar junto con otros familiares a la confitería París, de La Plata… Fuimos, del baile volvimos de madrugada. Al rato empecé a tener problemitas. Fui al hospital a hacerme ver, quedé internada mientras mi esposo iba a buscar la ropita. Laura nació a la una del mediodía, todo muy bien… Recuerdo del momento del parto una ventana y a través de la ventana el cielo azul, muy azul. Yo, que no soy de llorar, sentí que me bajaban las lágrimas, una emoción desconocida. Felicidad completa porque, además, mi marido siempre quiso tener muchas nenas… Pura felicidad.

–Más allá de los recuerdos, ¿qué?

–El trabajo de cada día. Crear lo que puede suceder mañana. Es decir: las abuelas estamos siempre activas con el presente sin olvidar el pasado. Llevamos el pasado a cuestas, pero mirando para adelante. O sea que la nuestra no es la nostalgia que paraliza, sino la que construye… estamos creciendo…

–¿En qué sentido?

–Antes, por ejemplo, si alguien me preguntaba a qué agrupación pertenecía mi hija, yo titubeaba y entonces le decía que a la Juventud Universitaria Peronista. Pero no, Laura era de Montoneros. Ahora ya lo decimos así: Montoneros. O del ERP o del FAL o de tantas otras organizaciones que hubo de lucha armada o no. Es como que nosotros, los familiares, tenemos que aprender a decir todo lo que sabemos: No, mi hijo no estaba en nada. Macanas. Cuando una madre dice ese “no estaba en nada”,es porque no entiende nada.

–¿Qué hace usted cuando desaparecen a Laura?

–Decido abandonar toda tarea para dedicarme solamente a buscarla. En abril del 78 me entero de que Laura estaba embarazada de dos meses cuando la secuestraron, y ahí sí empiezo realmente los trámites de mi  jubilación para esperar al hijo de Laura, que iba a nacer en junio. Esta dispuesta a criarlo yo. Tenía la viva esperanza de recuperar a mi nieto.

–¿En qué apoyaba esa esperanza?

–Una cuestión de lógica humana. ¿Cómo se podía robar un niño? ¿Qué había hecho ese bebé para condenarlo? No, no estaba en nuestra cabeza imaginar lo que pasó. Todas las abuelas preparamos un ajuar, esperamos el bebé… No era una esperanza, era una seguridad nacida de una lógica humana. Yo me acuerdo que a la madrugada escuchaba cualquier ruidito y pensaba que al hijo de Laura, mi nieto, me lo habían dejado en la puerta. Esperaba una llamada telefónica, un toque de timbre. Esperábamos. Fuimos a hospitales, a la Casa Cuna. ¿A qué lugar no fuimos? Solas o acompañadas. Porque yo después me integro a Abuelas de Plaza de Mayo, que ya estaban trabajando. Desde octubre del 77 ya formaban un grupo de doce abuelas. El fin era buscar a los niños. Ya había un objetivo determinado. Las primeras abuelas empezaron solas, cada una hacía lo que le nacía: iban y preguntaban en las comisarías, deambulaban por juzgados, por regimientos. Así se fue encontrando gente que estaba atravesada por el mismo dolor. Y nos fuimos juntando. Los encuentros de las abuelas se fueron modificando: primero se hacían en confiterías, en estaciones de trenes… hasta que el grupo de Abuelas nace en octubre del 77. Yo me incorporé en mayo del 78… Nos unía la creatividad.

–¿Cuál es la clave de esa creatividad?

–Transformar el amor en lucha, transformar el dolor en lucha, transformar el miedo en lucha. Nada de quedarse y no hacer nada. Basta de escondernos abajo de la cama.

–Ustedes trabajan con la paciencia, pero, a veces, reciben zarpazos de la impaciencia.

–Sí, y es lógico. Estamos buscando a nuestros nietos ¡vivos! Confieso que a veces  me despierto en medio de la noche pensando ay, me faltó hacer aquello, por qué no habré hecho esto… Pero qué, ¿vamos a quejarnos de nuestras fatigas? Mientras nosotras buscamos, nuestros nietos tarde o temprano sienten que algo les falta. Y empiezan a buscar a sus abuelos.

–El llamado de la sangre.

–El llamado de la sangre. La identidad. Quien duda de su identidad o no la tiene, después también tendrá un hijo sin identidad. Esta falta de identidad traspasa varias generaciones. Es incómoda, más que incómoda intolerable.

–¿Cómo lo piensa a su nieto?

–Tengo más bien un pensamiento lógico, yo digo que debe de estar cerca. A lo mejor me lo cruzo. Claro, tampoco podemos estar viviendo de esas cosas simbólicas, porque, por ejemplo: la vez pasada yo estaba en la biblioteca del Congreso y había un grupo de estudiantes. Entre ellos había uno que me miraba. No sólo me miraba, se acercó, me preguntó cosas… Y ahí se me voló la imaginación: Pensé: ¿no será mi nieto? Porque es raro que un chico venga y tenga tanto raport conmigo. Pero bueno, después lo desestimé porque tenía una edad que nada que ver, era más chico. Ésas son cosas en las que uno se engancha, a veces. Pero son transitorias.

–Hasta donde es posible: ¿se imagina objetivamente el rostro de su nieto robado?

–Yo lo hago parecido a Laura. Siempre que me lo imagino, con los ojos grandes, cabello castaño oscuro pesado, el cutis blanco mate… Pero mi nieto se puede parecer a cualquiera. Ay, ese nieto… espero ver y tocar al hijo de Laura.

–¿Sueña con Laura?

–Sí sí. En general son sueños lindos. Siempre la sueño en alguna orilla del mar. Ése es el sueño que tengo más seguido con ella. Por supuesto que la veo, me encanta escuchar su voz. A Laura la tengo adentro siempre de la misma edad, sin crecer, sin envejecer.

–¿Qué siente por los que asesinan cuerpos indefensos y roban sus criaturas?

No siento odio. No conozco el odio. Por lo menos en mi vida, desde que nací hasta ahora, no conozco el sentimiento del odio. Debe de ser un sentimiento horrible. Nunca odié. Estar fastidiada, tener dolor, bronca, sí. Pero el odio es una cosa feísima. Porque el odio enceguece, obnubila, anula. El sentimiento de odio hace hacer cosas, pero siempre malas. Uno no puede hacer algo bien odiando.

–¿Tampoco sintió odio cuando recibió la noticia del asesinato de su hija?

–No no no. En ese momento sentí un dolor indescriptible, sentí un vacío. Esa vez sí me enojé con Dios… porque yo he sido siempre cristiana, católica, y todo el tiempo le pedí a Dios que no la mataran, que me la devolvieran… Tengo en casa un crucifijo, me lo regalaron mis compañeras de secundario cuando me casé, ése recibió mis broncas, mi enojo. Pero odio, yo no conozco el odio.

–Si no tiene odio, ni rencor, ¿qué?

–Lo que tengo es una gran necesidad de justicia. Necesidad de ver a los asesinos en la cárcel, pagando. No sueltos, en la impunidad. A mí nadie me va a convencer de que no tenemos derecho a buscar al nieto robado, nadie me va a convencer de que la gente que mata puede andar libremente por la calle. Alguna vez, en esta lucha de tantos años con Abuelas, alguna vez estuve por dejar. (Después de todo somos un grupo humano, con sus diferencias) Y dejé. Pero dejé sólo un momento. Y si volví es porque me sentí apoyada por mi marido.

–Si pudiese tener a su Laura acá, un momento, ¿qué le diría?

–No sé qué le diría. (Estela Carlotto respira hondo, entra en un largo, muy largo silencio.) Supongo que la abrazaría. A veces soñé que Laura volvía… No, no, esto no me lo tenés que preguntar… Pero bueno, he soñado que ha vuelto Laura y yo le decía:Entonces no estás muerta, estás viva. Gracias a Dios…” Y la abrazaba y la abrazaba.

–Perdón por la pregunta, Estela.

–Ya pasó. Está bien. La pregunta es fuerte pero me sirve para preguntar: ¿existe un cielo?

–Eso le pregunto: ¿existe un cielo?

–Para mí ese cielo existe. Y ahora Laura está en ese cielo… Entonces ese abrazo se lo daré allá. Seguro que se lo daré allá. Porque yo sé que aquí a ella no la veré más. Al que tengo que ver aquí en la Tierra es al hijo de Laura, a mi nieto.

Posdata

Ella busca entre los rostros./ Busca arena por arena,/ una arenita, cierta arenita./ Busca en el medio de un desierto/ dilatado por los indiferentes, por los olvidos./ Una por una, arena por arena, ella, junto a otras porfiadas,  busca busca busca…

El desierto viene siendo desmesurado/ pero no hay quien pueda con la voluntad / cuando la voluntad tiene detrás un corazón./ La ciencia de la paciencia./ La conciencia de la paciencia.

No hay, no habrá desierto que resista./ La arenita buscada ahí está, latiendo./ Y esa arenita será encontrada, por lo dicho: porque la voluntad tiene detrás un corazón./ Un tierno corazón de acero, implacable.

[email protected]  ===  www.rodolfobraceli.com.ar

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